Hay frases demoledoras, de esas que uno no quisiera escuchar nunca, que se instalan en tu cabeza al instante de ser pronunciadas y que no consigues quitártelas de ahí durante algún tiempo. Ayer fue uno de esos días. La frase, al otro lado del teléfono, la dijo una buena amiga a la que le acaba de morir su perra. "Ahora sí que estoy sola de verdad". La dijo ayer, al día siguiente de sufrir la pérdida, medio llorando, triste, muy afectada. La perra estaba todo el día sola en casa, porque ella, mi amiga, se pasa el día trabajando de un lado a otro, y cuando, al caer la noche, el coche se acercaba al edificio donde vive, ya podía oír los ladridos de alborozo de la perra. Ya no volveré a escuchar esos ladridos de bienvenida cuando llegue a casa después del trabajo. Eso me dijo, después de pronunciar aquella frase que ya se había quedado instalada en mi cabeza, taladrándola. Ah, los rituales a los que nos acostumbramos. Esos pequeños gestos que están ahí, cada día, y que nos alegran la jornada, que hacen más llevaderos los sinsabores, los esfuerzos, los problemas, los desengaños, las decepciones, y que nos reconcilian, en definitiva, con la propia vida. Cómo nos costaría vivir sin ellos. Los animales que nos reciben al llegar a casa; los ojos de la persona que duerme a tu lado al comenzar la jornada; la llamada, casi siempre a la misma hora, para preguntarle a tu madre cómo se ha levantado hoy y cómo está pasando el día. La perra de mi amiga era vieja y estaba enferma, sí, pero eso no es consuelo para ella. ¿Cuándo lo es? La recuerdo muchas veces en la librería en la que trabajaba (cuando aún no se vaticinaba la llegada de estos tiempos tremendos) contarme que había tenido que llevarla un montón de veces al veterinario en medio de la noche, que el pobre animal, pese a todo, apenas se quejaba. El dolor de la perra causado por la enfermedad. Los lamentos silenciosos. Los ojos que buscaban los de mi amiga, desesperanzados ya. Aquellos ojos a los que rondaba ya la muerte, ese atisbo reconocible. Como el que intenta buscar respuestas que no existen o soluciones para problemas que carecen de remedio. Recuerdo los ojos de mi amiga empañados por la emoción, tan fuerte como aparenta, con ese físico ágil y revoltoso y esa voz (maravillosa) que está entre la voz de Pilar Bardem y la de Marisa Paredes. Recuerdo a mi amiga saliendo de la librería y encendiendo uno de los numerosos Ducados que fuma, intentando que nadie, ni siquiera yo, la viese llorar. Intentando, en vano, relajarse, pensar en otra cosa, intentando obviar ese final que acaba de suceder. ¿Qué podemos decir? Pocas cosas. No quiero pensar en ese primer día en el que mi amiga haya llegado a casa (mientras nosotros estamos, a unos pocos kilómetros, cenando o leyendo o escuchando la radio o viendo una película) y no escuche los ladridos de la perra, el alboroto con la que la recibía, pese al cansancio y la enfermedad. Ese momento en el que entraba en casa y la perra se volvía loca con su presencia y ese otro, ya cerrada la noche, en el que ambas daban un paseo por el parque que rodea al edificio. Imagino, en esos momentos, a mi amiga, arropada por su anorak, fumando otro cigarrillo, muy cansada por la larguísima jornada, pero feliz, acaso contándole alguna anécdota del día: un mal humor, una noticia tonta, los días que faltan para las vacaciones... Acompañada por ese ser vivo que decidió que quería que fuese su compañía para vivir y que ya no está. ¿Qué se puede añadir? Nada, me temo, porque ninguno de nosotros estará ahí, cuando ella llegue a casa y sienta la ausencia. No digo más, amiga, porque lo que puedo decir en estos momentos ya lo sabes.
Sólo el tiempo puede suavizar las ausencias, manteniendo siempre vivo el recuerdo.
ResponderEliminarMuy bonito ,nadie te recibe en tucasa como un perro aunque te hayas ido 5 minutod
ResponderEliminarPrecioso escrito Ovidio...! Un beso muy fuerte y un placer leerte siempre. Luis Alberto.
ResponderEliminarNo hay espacio más grande que el que llena mi Lola,una teckel necia y testaruda, mimosa y sociable hasta el infinito, territorial como su dueña. Sólo espero que cuando me falte, encuentre otra u otro que como ella llene el mismo espacio, no puedo pensar en perderla, aunque sé que si las cosas siguen el curso normal, ella se irá primero. Sólo espero darle una milésima parte al menos de lo que ella me ha dado a mi, y sé que sólo aquel que haya sentido lo mismo que yo, podrá entenderme, pero ahora me pongo en el lugar de tu amiga y sólo puedo sentirme mal.
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