A veces, en medio de esa organización que asignamos a los días para que todas las horas tengan su sentido y no nos desmoronemos en caso de que acechen los nubarrones que planean sobre el futuro, están las sorpresas más agradables, los hallazgos que convierten esa rutina en algo dulce y placentero. Ir al Fontán, todos los domingos por la mañana, siempre forma parte de nuestros planes. Parece que si no lo hiciésemos, si no nos acercásemos y recorriésemos esos mercadillos de libros viejos, no sería un domingo completo. Hay días en que uno se acerca hasta allí con ganas de encontrar algún ejemplar descatalogado o apetecible. Esos días no suele aparecer nada interesante. Hay otros, sin embargo, en los que uno va pensando en sus cosas (ah, los silencios cómplices e imprescindibles de las parejas), charlando sobre esa noticia o artículo que acabamos de leer en la prensa, pensando en si deberíamos comprar o no la película que viene ese día con el periódico, y no se hace demasiadas ilusiones sobre lo que puede hallar entre esas pilas de libros. Esos días son los mejores. Siempre aparece algo. Lo inesperado. La sorpresa. El hallazgo. Ayer, sin ir más lejos, fue uno de esos días. Ahí estaba, en medio de un montón de libros tirados de mala manera sobre una vieja mesa, entre uno de esos libros en los que Shirley MacLaine habla de sus experiencias con el más allá y unos cuantos libros infantiles. "Verde agua", de Marisa Madieri, publicado por la editorial Minúscula y con un prefacio de Claudio Magris. Una joya. Recordé, de pronto, los días en los que había leído ese libro que, extrañamente, nunca llegué a comprar. Eran mañanas de trabajo, en la librería Aldebarán. A primera hora, antes de que llegasen las cajas con nuevos libros, cuando no había ningún cliente y todos los pedidos estaban hechos, me sentaba en el mostrador de atrás, sintonizaba Radio Clásica en aquella pequeña radio, y cogía aquel libro que, desde su llegada, había decidido convertir en un libro de fondo de la librería. Las palabras sencillas que reflejaban actos sencillos, los sentimientos que expresaba al hablar de su infancia y su familia, al evocar un tiempo que ya no existía más allá de su memoria y de sus recuerdos, me resultaban tremendamente cercanas. Uno de esos diarios fascinantes que pueden ser eso, diarios, pero también novelas, poemas, ensayos... En esa sencillez de Madieri, en su prosa clara y directa, está atrapada la esencia de la vida. Detrás de sus palabras, está todo. No hay que complicar el lenguaje para expresar lo esencial. Es domingo, hace sol, y acabo de encontrar algo que no buscaba. ¿Qué más puedo pedir? Le pregunto al señor el precio del libro y me dice que los hay de varios precios, pero que ese, concretamente, el que tengo en las manos, cuesta un euro. Hay veces, cuando me pasan cosas así, encontrar joyas literarias a esos precios, en las que me apetece decirle al vendedor que ese libro no cuesta eso, ofrecerle más dinero, pero la economía es la que es, así que pago el euro y meto en libro en la bolsa como si se tratase de un gran tesoro, que -sin duda- lo es. Ahora, tras encontrar el hallazgo, estamos sentados en una terraza. No puedo sentarme en el lado del sol, como siempre, por culpa del ojo, recién operado. No importa. Pronto vendrán los días en que pueda hacerlo. El sabor de la cerveza helada me reconforta. Abro el libro que acabo de comprar (lo estaba deseando) y leo: "¿Adónde huirá la armoniosa unidad de aquella hora?". Y me quedo así, pensando en la armoniosa unidad de esta hora, en su fugacidad.
Ah, los tesoros...Recuerdo que una vez tenía que elegir entre comer(se había acabado toda la "lana" o comprar un libro(usado y en mercado de "pulgas). No hubo opción; hambre.Otra vez encontré, literalmente tirado en el suelo,un ejemplar de la editorial "Sudamericana" de "El Otoño del Patriarca"¡¡primera edición!! Me aconteció lo mismo que a ti; hubiera pagado mucho más de lo que me pidieron(lo conservo como oro en paño, siendo uno de mis libros predilectos). Decir que estas recomendaciones que haces son muy de agradecer(un buen librero suele ser un amigo generoso), y acompañarlas con retazos de tu cotidianidad hace que sea un privilegio inmerecido. Muchas gracias Ovidio y felices recuperaciones(a ambos).
ResponderEliminarEl hallazgo de ese tesoro no podía estar en mejores manos que las tuyas. Al menos, ése, se ha salvado.
ResponderEliminarUn beso.