jueves, 10 de mayo de 2012

Las compras útiles

Es un día cualquiera, entre semana, alrededor de las seis de la tarde. Estoy en una de esas tiendas de ropa que han abierto hace relativamente poco en un centro comercial con precios muy asequibles. Más asequibles aún que los de Zara o H&M. Hay mujeres de mi edad, y más jóvenes, y también mayores. Después de mes y medio de constantes lluvias -qué cansancio-, el sol ha hecho su aparición y las temperaturas nos recuerdan que el verano también puede existir. Todas esas mujeres buscan algo. Las observo. Están ahí, revolviendo en los cajones (siempre hay una oferta añadida), entre las perchas y las estanterías de la ropa y los zapatos (la tienda en cuestión también tiene zapatos y todo tipo de complementos). Una camiseta, unas bermudas, un nuevo bolso, una pulsera, unos pendientes... Quizá no necesiten nada, o quizá sí, quién sabe. Lo más probable es que la mayoría no necesite nada. Sin embargo, como a casi todos, con la llegada del buen tiempo, les apetece comprar algo. Lo que sea. Cualquier cosa que les anime la tarde en estos tiempos de crisis. Salir de casa, recoger a los hijos o a los nietos (la que los tenga: algunas de las que están ahí hoy los tienen, aguardando impacientes a su lado, jugando con algo o toqueteándolo todo) y darles la merienda en el parque, pero antes, qué demonios, hay que alegrarse un poco comprando algo por ocho o diez euros, el presupuesto es el que es. Comprar algo, lo que sea, ya digo, aunque no se trate de algo necesario, sino de algo vistoso y colorido que las saque de la monotonía, de este constante contar y recontar el euro, que, por mucho que nos pongamos, después de pagar recibos y más recibos, no da para nada. Por eso, esos ocho o diez euros, sacando de aquí y de allí, están permitidos. La economía no va a cuadrar igual -nunca vamos a llegar a fin de mes- y la tarde adquiere otro sentido: comprar algo siempre es mejor que un ansiolítico, aunque no sean cosas incompatibles. Hay mujeres que no trabajan porque no tienen trabajo o porque pueden permitírselo y prefieren no hacerlo. Algunas de ellas, de las que trabajan y no tienen que llevar a ningún niño al parque, a la salida de sus trabajos, van a la piscina, a la biblioteca pública, al café donde se citaron con una amiga o un amante, a yoga, a pilates o al bingo. Pero antes se detienen ahí, en esa tienda de precios asequibles. El fin de semana está cerca y siempre apetece estrenar algo. Me fijo en una de esas mujeres. No es especialmente guapa, pero sí muy atractiva. Y muy alta. Con estilo. Me recuerda a Anjelica Houston cuando era más joven: en la época de "Los timadores". O sea, más o menos de mi edad. Acaba de comprar un vestido de flores pequeñas. Lo ha pagado y le ha preguntado a la dependienta si puede entrar en un probador y ponérselo. La chica le dice que sí y le señala los probadores del fondo, que ahora están casi todos libres. Al rato, sale enfundada en aquel vestido de flores diminutas que le sienta estupendamente. Parece que también se ha comprado unas sandalias de pronunciado tacón y color naranja (el color predominante del vestido, que contrata poderosamente con su piel morena, el pelo largo y negro, levemente ondulado) y también se las acaba de poner. ¿A dónde irá? Pasa por delante de mí, con paso decidido, dejando un rastro fuerte a perfume dulzón. No creo que se trate de una visita a la biblioteca, ni al bingo, ni a la piscina más cercana. Lo más probable es que se trate de una cita. La posibilidad está ahí, flotando en el aire. Sale de la tienda y me apetece ir detrás de ella, seguirla hasta su destino, averiguar cuál es. Pero no lo hago. Sigo buscando esa camisa blanca que necesito para un traje. Ninguna me convence y dejo la tarea para mañana. Abandono el centro comercial y, de camino a casa, voy pensando en ella, en esa mujer que se parecía a Anjelica Houston en la época de "Los timadores", aquella buena película de Stephen Frears. Y de repente la veo. Está sentada en una terraza, con un whisky en la mano, hojeando, desganada, un periódico y fumando un Marlboro light. Cada poco, levanta la vista del periódico y mira de un lado a otro, como si esperara por alguien que está tardando un poco en llegar. Sí, seguramente se trate de eso. Un día cualquiera, entre semana, la posibilidad de algo, no sabemos bien qué. Ah, el misterio.

1 comentario:

  1. En momentos de tristeza o rutina ir de compras puede ser una medicina.

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