Hace cinco años todos éramos diferentes. Quizá teníamos las mismas aspiraciones, los mismos sueños, pero carecíamos de este miedo que ahora nos acecha. Un miedo incontrolable a lo que pueda pasar luego, dentro de muy poco. Los que estamos al paro porque el tiempo corre veloz en nuestra contra. Los que aún tienen trabajo porque se pueden ver en cualquier momento en esta angustiosa situación. Así están las cosas. Hace cinco años, como mucha otra gente que hoy no puede decir lo mismo, yo tenía trabajo. Un sueldo modesto, una librería pequeña, un trabajo que me gustaba y en el que, llegado el caso, echaba más horas de las que cobraba porque me encantaba lo que hacía y porque allí, en aquella pequeña librería, me sentía como en mi propia casa. Llevaba por entonces una vida sosegada. Después de los años locos de la juventud, de algunos amores posibles e imposibles, vivía centrado en mí mismo, por así decir. Trabajaba, iba al cine, escribía, cocinaba, paseaba, quedaba con amigos, cuidaba de mis padres... Digamos que encontrar a alguien con el que compartir la vida ya no formaba parte de mis prioridades. Hay gente que conoce a su pareja a los quince años, otra que lo hace a los cincuenta y otra que no lo hace en toda su vida. O que va conociendo a diferentes parejas que conforman su viaje. Puede haber tantas clases de relaciones como personas hay en este mundo. Cada cual se lo monta como quiere o como puede, que es algo que a muchos retrógrados aún no les cabe en la cabeza. Y de repente, sin buscarla, apareció en mi vida la persona con la que me planteé formar una familia. La mía. La nuestra. La que ahora aparece en numerosas fotografías que hemos hecho a lo largo de estos cinco años. ¿Qué es una familia? Dos personas que, en nuestro caso (hay parejas que prefieren vivir cada una en su casa), decidieron irse a vivir juntas y compartir las cosas. Las risas y los disgustos, los viajes espectaculares y los últimos días de mes, las noticias inesperadas y la rutina, los proyectos que se construyen con paciencia y dedicación y los que se van quedando en el camino, hechos añicos por la crisis, los caprichos de algunos o lo que sea. Dicho en pocas palabras: la vida. Compartir la vida. La euforia y la espera. Los malos humores y las carcajadas salvajes. Los grandes momentos (siempre fugaces) y esos otros momentos minúsculos que van componiendo el puzzle que quisimos, entre los dos, construir. La vida que nos va tocando al empezar cada nueva mañana, el día a día, los cambios que se fueron efectuando desde aquella noche de mayo de cinco años atrás. Las cosas no siempre fueron fáciles. Esa dificultad, todo hay que decirlo, siempre estuvo motivada por agentes externos a nosotros. Lo nuestro estaba muy claro: queríamos estar juntos, y punto. Y contra eso, se ponga el mundo como se ponga, es casi imposible luchar. Si dos personas desean fervientemente una cosa, esa cosa, estar juntos, ay del que se intente interponer... Y no hay película, por buena que sea, que supere esa realidad. Nuestra familia la componemos nosotros, y nuestros amigos, y las personas de nuestras respectivas familias que quieren estar de nuestro lado, que son la mayoría. Pienso en todo esto en el Día Mundial de la Familia (de todas las familias, insisto: no sólo de esas que salen a la calle cada dos por tres no para defender la suya, sino para atacar las de los demás, que tiene narices la cosa), con el auge de los fascismos por medio mundo (siempre con las mismas obsesiones, qué pesadez) y la posición férrea de esos retrógrados de siempre, amparándose siempre en la figura de Jesucristo, pero no en su palabra. Y pienso que eso, mi familia, la que yo escogí (mi marido, mis amigos) y parte de la que nos tocó, es por la que, a día de hoy, mantengo el equilibrio. Ese equilibrio, por otro lado, tan difícil de sostener en estos tiempos.
¡Qué hermosa declaración de AMOR! Grandes palabras las tuyas y con qué orgullo hablas de lo que tienes, de lo que eres. No dejes que nada ni nadie lo haga añicos.
ResponderEliminarBendito equilibrio que te permite estar sobrio en medio de esta marejada que te sacude, pero bendita también la tabla de salvación que es tu escritura.
ResponderEliminarPienso si alguna vez yo tendré fotos de una historia de amor que se remonte en el tiempo, pienso que para amar hay que querer hacerlo y dejarse hacer también. Pienso que no vale con que sólo uno se aferre a amar.
Me encanta lo que escribes, porque a pesar de tu miedo, de la oscuridad que nos rodea, en el fondo del túnel tu blog es una luz.
Y totalmente de acuerdo, mi Jesús tendría hoy un mejor amigo gay, seguroooooooooooo.
Besos como siempre.