Era viernes. Faltaba una semana para la Navidad. A esa hora, alrededor de las ocho de la tarde, los bares, pese a las consecuencias de la crisis, empezaban a llenarse de gente. Amigos o familiares que hacía tiempo que no se veían, compañeros de trabajo que olvidaban por unas horas sus malos rollos o encontronazos, colegas que se citaban como cada viernes a esa hora y en ese lugar para comentar las jugadas de la semana, parejas que salían de trabajar y tenían pocas ganas de irse para casa. Ahí estábamos nosotros, con nuestras botellas de vino recién compradas, haciendo tiempo para ir a cenar a casa de unos amigos, sin quitarnos los abrigos, que este año la moda en la mayoría de los locales parece ser la de no poner la calefacción. Y bebiendo uno de esos vinos que te sirven ahora, dos euros con cincuenta céntimos la copa, que, en dos sorbos, ¡chas!, desaparece como por arte de magia. No es que quiera yo beberme por ese precio la botella entera de Rioja, pero hay hosteleros que deberían replantearse las cosas y no echarle toda la culpa a la crisis o a la dichosa ley anti tabaco. Retomo el hilo, que me pierdo: voces, risas, jolgorio, chascarrillos, algarabía navideña. Quizá, de un modo u otro, todos necesitamos salir a la calle y disfrazar estos tiempos con un poco de todo eso, sobre todo, una vez más, de risas, que buena falta nos siguen haciendo para combatir este cruel panorama (y el que nos espera). A nuestro lado, un tipo que ya va bastante cocido le mete constantemente monedas a la máquina tragaperras y, entre cagamento y cagamento, le dice al camarero, al que parece conocer, que a ver si un día de estos arreglan la maquinita (que, por supuesto, no está estropeada) de los cojones (literal). Una mujer, en la barra, fumando uno de esos cigarrillos de mentira con los que se engaña alguna gente para dejar de fumar y que venden en las farmacias por unos veinte euros la unidad, busca su imagen en el espejo, entre las botellas alineadas, y habla consigo misma y pide al camarero otra ginebra en vaso de sidra, anda, anda, y sirve más Larios y menos tónica, coño, que te conozco, murmura con voz de ultratumba. El resto del local, ya digo, está entregado a la algarabía y la fraternidad de los días pre-navideños, que incluye la compra de los últimos décimos de lotería de la casa que sujetaban las botellas de J&B y Ballantine´s respectivamente. Y de repente, dudando entre largarnos para ponernos de mal humor en otro local donde reincidan en la escasez de vino a dos euros con cincuenta la unidad o de continuar allí sacando material berlanguiano para un artículo (este mismo), entra un muchacho negro vendiendo películas y cedés. La mujer de la barra señala con el dedo la portada fotocopiada del último disco de Bisbal y temiendo estamos de que, tras apurar un sorbo a su copazo de Larios, se ponga a darnos su versión de alguno de esos temas en acústico. Ave María, cuándo serás mía... Parece que la estoy oyendo. El hombre de la tragaperras, que sigue metiendo monedas en la máquina sin resultados positivos para su bolsillo, mira de reojo la carátula de la última película de Tom Cruise, dice que las dos anteriores eran una puta mierda (literal) y hace un aspaviento con las manos que a punto está de tirarle todas las películas y cedés al muchacho, que recorre el local sin que nadie le compre una miserable pieza. Y cuando llega al final de la barra, ya cerca de la puerta, se echa a llorar y dice que por favor alguien le pague un café con leche, cosa que hacen unos amigotes que comentaban hace un rato no sé qué partido de fútbol reciente, con la consabida rivalidad Madrid-Barsa, Mourinho-Guardiola, a grito pelado. Ahí está el joven negro, entre la panda de los que le invitaron al café y la mujer que bebe ginebra y busca su rostro en el espejo para hablar con él. El espejo, además de las tiras de espumillón barato y las bolas que cuelgan de ellas, también refleja su imagen escuálida: los ojos llorosos, las manos temblorosas y el frío. Ese frío del que lleva doce horas en la calle (y para seguir, que es viernes) y que, por un momento, cuando pasamos por su lado, nos muerde con toda su rabia, sin piedad.
OSTRAS, FIEL RETRATO DE LA NAVIDAD QUE NOS ESPERA... SIN PALABRAS
ResponderEliminarEspléndido, Ovidio. Yo que detesto todo cuanto se relaciona con el espíritu navideño, he sentido que estaba allí, acodada en esa misma barra y viendo llorar al joven negro. Tu maestría me deja sin palabras, yo que tanto las amo.
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