Este año, salvo honrosas excepciones que viven (me imagino) de las rentas de un pasado más o menos glorioso, los adornos navideños de los comercios de esta ciudad son bastante cutres. Pero no con esa cutredad de quien aprovecha los adornos de los últimos dos o tres años, sino de muchos años más atrás. Voy caminando por Oviedo (por unas zonas y otras, lo mismo da) y tengo la sensación de haber retrocedido treinta años en el tiempo. De regresar a las calles de mi infancia, en esta misma ciudad o en Mieres, donde vivían mis abuelos y pasábamos muchas jornadas cuando se acercaban los días navideños. Tan antiguos me parecen esos adornos. Las tiras fucsias, rojas, plateadas y amarillas de los espumillones clásicos, bastante peladas en algunos casos; las bolas que hacen juego con esas tiras de espumillón y que, en algunos casos, se entrelazan y cuelgan de mala manera del cristal del escaparate o de la puerta de la tienda. Y arriba, la estrella, con rastros perdidos de purpurina, o las palabras que felicitan la Navidad al cliente, también sin la purpurina de sus días más gloriosos. Todo puesto con desgana, sin alegría, como por obligación. Como en esas conversaciones en las que tenemos que sonreír forzadamente cuando lo que más nos apetecería sería echar a correr del lado de esos interlocutores lo antes posible.
Hace unos años, por estas mismas fechas, Íñigo y yo decidimos de un modo inesperado viajar tres días a Madrid. Dado lo precipitado del viaje, no encontrábamos habitación en ningún hotel del centro. Y decidimos probar fortuna en alguna de las pensiones de Gran Vía. Nada, todas las habitaciones ocupadas. Lo seguimos intentando y, finalmente, encontramos una. Qué risas y qué miedo al entrar. El interior de la vivienda era una mezcla entre "La colmena" y la más exagerada película de Álex de la Iglesia. Los escenarios de la serie "Cuéntame", al lado de aquello, parecían un sofisticado loft neoyorquino. El muchacho que nos recibió era de lo más extraño: no podía ser de otro modo. Para más inri (y no exagero), tenía un ojo de cristal que le daba un toque al panorama. Y en cualquier momento, más pronto que tarde, esperábamos que salieran detrás de unas indescriptibles (y sucillas) cortinas las mismísimas María Luisa Ponte y Terele Pávez aupadas en algunos de sus personajes más siniestros. Pues bien, a la entrada tenían un árbol de Navidad que este año he visto en algunas tiendas de esta ciudad. El típico árbol artificial de los años 70, bastante espelurciado, con los mismos adornos de los que antes hablaba, esas bolas y tiras de espumillón que se pasan años en bolsas de plástico en cualquier altillo. Unas luces de colores se apagaban y encendían constantemente, lo que, unido a las indescriptibles (y sucillas) cortinas que separaban una parte del pasillo de la otra, le daba un inevitable aire de puticlú barato a la residencia. De la habitación, ni hablo. Sólo diré que, en cada puerta, había una estrella, roja o plateada, grande o pequeña, y las palabras Feliz Navidad debajo. No había una sola que no estuviese torcida. No hay mal que por bien no venga: nunca pasamos tanto tiempo pateando las calles de Madrid, pese a aquel frío. Ni (creo) nos reímos tanto. Este año, me digo mientras paseo por las calles de esta ciudad, habrá que reír también, pero no sé yo si acabermos consiguiéndolo. Entre los recortes sociales y económicos, el Valle de los Caídos, el pánico que nos meten sobre lo que aún nos espera y la realidad que nos rodea, no sé yo. Tampoco sé si aparecerán María Luisa Ponte, en paz descanse, y Terele Pávez aupadas en sus personajes más siniestros, pero a Rajoy (eso es fijo) le que quedan cinco minutos para salir a escena.
Hace unos años, por estas mismas fechas, Íñigo y yo decidimos de un modo inesperado viajar tres días a Madrid. Dado lo precipitado del viaje, no encontrábamos habitación en ningún hotel del centro. Y decidimos probar fortuna en alguna de las pensiones de Gran Vía. Nada, todas las habitaciones ocupadas. Lo seguimos intentando y, finalmente, encontramos una. Qué risas y qué miedo al entrar. El interior de la vivienda era una mezcla entre "La colmena" y la más exagerada película de Álex de la Iglesia. Los escenarios de la serie "Cuéntame", al lado de aquello, parecían un sofisticado loft neoyorquino. El muchacho que nos recibió era de lo más extraño: no podía ser de otro modo. Para más inri (y no exagero), tenía un ojo de cristal que le daba un toque al panorama. Y en cualquier momento, más pronto que tarde, esperábamos que salieran detrás de unas indescriptibles (y sucillas) cortinas las mismísimas María Luisa Ponte y Terele Pávez aupadas en algunos de sus personajes más siniestros. Pues bien, a la entrada tenían un árbol de Navidad que este año he visto en algunas tiendas de esta ciudad. El típico árbol artificial de los años 70, bastante espelurciado, con los mismos adornos de los que antes hablaba, esas bolas y tiras de espumillón que se pasan años en bolsas de plástico en cualquier altillo. Unas luces de colores se apagaban y encendían constantemente, lo que, unido a las indescriptibles (y sucillas) cortinas que separaban una parte del pasillo de la otra, le daba un inevitable aire de puticlú barato a la residencia. De la habitación, ni hablo. Sólo diré que, en cada puerta, había una estrella, roja o plateada, grande o pequeña, y las palabras Feliz Navidad debajo. No había una sola que no estuviese torcida. No hay mal que por bien no venga: nunca pasamos tanto tiempo pateando las calles de Madrid, pese a aquel frío. Ni (creo) nos reímos tanto. Este año, me digo mientras paseo por las calles de esta ciudad, habrá que reír también, pero no sé yo si acabermos consiguiéndolo. Entre los recortes sociales y económicos, el Valle de los Caídos, el pánico que nos meten sobre lo que aún nos espera y la realidad que nos rodea, no sé yo. Tampoco sé si aparecerán María Luisa Ponte, en paz descanse, y Terele Pávez aupadas en sus personajes más siniestros, pero a Rajoy (eso es fijo) le que quedan cinco minutos para salir a escena.
Madrid es una ciudad (como tú bien sabes) de claras diferencias sociales, y, en cuestión de adornos navideños, también. Aunque, eso a mí, sinceramente, lo de la navidad y sus adornos, poco me importa. Me importa, y mucho, el aumento de personas (jóvenes)que están viviendo en la calle; el hambre que pasan, las calamidades, la escasez... Ese tipo de cosas, Rajoy, debería empezar a resolverlas, la noche de su estreno.
ResponderEliminarLa diferencia es que en esas sucillas pensiones siempre se puede encontrarcalgo con cierto encanto o que haga gracia... Por contra, Rajoy no tiene encanto ni gracia se le mire por donde se le mire...
ResponderEliminarAy dios mio! es tan tan bonito todo eso que dices y la forma en que lo haces.
ResponderEliminarDoy gracias a Dios por leerte una mañana mas en este mundo de tragedia y risas, de risa y tragedias.
Gracias
Los adornos de Navidad como la realidad que vivimos... pero pongamos al mal tiempo buena cara y por lo menos, echemos unas risas
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