Si una cámara hubiese grabado nuestros rostros y nuestros cuerpos hace cinco o diez o quince o veinte años en una de aquellas míticas y decididamente gloriosas noches de La Santa, nos devolvería hoy nuestra propia imagen con algunas canas y algunas arrugas menos, con aquellas ganas, las de comernos el mundo, y la certeza de que estábamos en el sitio idóneo para hacerlo. Esta ciudad, Oviedo, podía ser por una noche, la del viernes o la que tocase, que siempre tocaba más de una a la semana, Nueva York y entrar en La Santa, ya lo escribí otras veces, podía ser entrar en el Studio 54, sin ir más lejos o yendo, precisamente, tan lejos. Aquel Nueva York de los 70, con toda aquella revolución sexual y cultural, que no tuvimos la suerte de conocer, podíamos recrearlo aquí en un abrir y cerrar de ojos, semana tras semana, que para eso teníamos la fuerza de la juventud e íbamos superando las trabas de los que nos veían diferentes y nos querían hacer pagar un alto precio por ello. (Señor Rajoy, desde aquí se lo digo: si gana las próximas elecciones, deje en paz esa ley, la del matrimonio homosexual, que tanto esfuerzo nos ha costado a tantos). Hay tiempos en los que todo es posible. Una noche, al principio de la barra, podías encontrarte con Montsita, la hija de Montserrat Caballé, que esa noche había venido a cantar al Campoamor y luego decidió acercarse con sus amigos a aquel local del que, seguramente, había oído hablar desde la distancia. A la noche siguiente, Alaska, aún con el pelo rojo y dejando atrás etapas, pinchaba en la cabina y repartía sonrisas y besos con la sabiduría que tienen las divas de verdad sabiendo corresponder a ese público que, en definitiva, es el que les da de comer y para el que realizan sus trabajos (más de una debería aprender de ella). Y la otra, antes de la madrugada, por sorpresa, allí estaban los chicos de Amaral cuando acababan de sacar su primer disco y -me atrevería a decir, sin modestia alguna- que aquí no los conocía nadie más que Alberto Toyos y un servidor, que se había comprado aquella joya semanas atrás después de escucharlos en alguna radio de madrugada y que incitaba a todo el mundo a hacerlo. ¿Te acuerdas, Yolanda, de aquella noche? ¡Como para olvidarla! Cuatro gatos (aún era temprano), un día inesperado, el whisky con un poco de hielo y la voz de Eva, que más que deslumbrarnos a todos, nos apabulló. Tan tremenda es esa voz en directo y en acústico, tan seductora. A los pies de Eva, estábamos mi hermana y yo, y Alberto Toyos, por supuesto, un poco más allá, con su pelo de bohemio, su cigarrillo (eran otros tiempos) y su copa en las manos. En esa especie de escenario donde otras noches -todas-, bajo la gran bola plateada, tanto tenemos bailado. La música disco de los 70, las canciones petardas de los 80, las tendencias de los 90, los revivals del siglo XXI, y en este plan, que allí había cabida para todo. Donna Summer y Las Grecas, por poner un ejemplo rápido, en feliz armonía, que eso, la mezcla, era la marca de la casa. La libertad, la ausencia de prejuicios y las ganas de vivir y de divertirse, también. No recuerdo una noche, ni dos ni tres, sino cientos de ellas porque fueron muchas las que pasamos entre esas paredes que son parte importante de nuestra memoria. Noches de Nochevieja y otras, las mejores, en las que Yolanda convertía la noche en una perpetua Nochevieja. Besos furtivos, risas y más risas, seducciones y colegueo: la intensa celebración de la vida, del aquí y ahora: toda esa complicidad. Los problemas, siempre acechando, se quedaban a la puerta, un respeto. Porque lo fundamental era eso: las ganas de vivir, de divertirse, de descubrirlo todo y de devorarlo de un bocado en una sola noche. Aquella noche que ya se acababa, pero no importaba: vendrían más, muchas más, y las apuraríamos del mismo modo. Y allí volveríamos a estar todos -poetas, músicos, literatos, actrices, mentes creativas y demás fauna amante de la noche y sus excesos y locuras-, revolucionando el ambiente, arrancándole los colores al tiempo (por malo que fuese) y la sonrisa al primer desconocido que se insinuase con descaro e imaginación. Si esa cámara nos hubiese grabado en una de aquellas noches, ahora, al revisar el material grabado, echaríamos en falta algunos rostros, sí. Pérdidas irreparables. Ah, esas malditas enfermedades a las que me niego a ponerles nombre aquí. Pero siempre nos quedaría la certeza de que, en aquellos rostros, en todos ellos, se atistaba algo muy parecido a la felicidad. Los que estuvimos allí, lo sabemos.
Me imagino que todas las ciudades provincianas como la nuestra (y no lo digo peyorativamente) tienen un lugar de culto, pero, sin duda, la noche de Oviedo no sería la misma sin la Santa.
ResponderEliminarGracias a los cientos de asturianos que van a rematar allí la noche de los sábados (y el resto de las noches, aunque cada vez se salga menos: la edad y la crisis así lo recomiendan, sobre todo, la crisis) y a la gente de paso que no puede pasar por Oviedo sin ir a visitarla.
Es verdad que tiene un público variado, en la Santa hay sitio para todos, eso es lo que más me gusta... eso y que hoy sobreviva como el único local por el que merece la pena pasarse para tomar una copa.
Me da pena el giro que ha tomado la noche en Oviedo, pero es lo que hay... siempre nos quedará la Santa
Besos para todos
buffffffff...graciassssssss¡¡¡¡
ResponderEliminara los dos...de corazón...
Oye, yo lo siento así de corazón, espero que sigáis muchosssssssssss años abrigando a todas las generaciones a las de ahora y a las de antes.
ResponderEliminarEsa cuna de escritores, pintores, cantantes, transformistas... ay La Santa no sería lo mismo sin tí, coincidimos varias veces y siempre brillaste mas que nadie, siempre adelantado a tu tiempo ya apuntabas maneras de triunfador, siempre riendo, bailando, bebiendo, ay... para para que me dejo llevar por los pegamoides, muevo la tibia muevo el pie...
ResponderEliminarLeyéndote me doy cuenta de lo imperdonable que es por mi parte no conocer Oviedo, algún día pasearé por sus calles cogida a la mano de tus relatos.
ResponderEliminarUn beso, amigo.
Mayte Mejía.
Seria tan maravilloso y emocionate que Yolanda en honor a tu libro organizase una divertida fiesta de "nochevieja" como bien dices. Dos monstruos de la noche unidos de nuevo para combatir estos tiempos tan grises. Seria muy emocionante.
ResponderEliminarCH
Pues yo lo veo mas acorde en Halloween...
ResponderEliminarArgemiro