Viajábamos al sur todos los veranos y mis padres siempre aludían con temor y bajando un poco la voz a la posiblidad de un atentado de aquella banda terrorista en el lugar en el que pasábamos todo el mes de julio o en alguna de las ciudades que atravesábamos para llegar hasta él. Algunas veces, sobre todo cuando mi hermana era muy pequeña, hacíamos el viaje en dos veces. Pasábamos una noche en un hotel de Madrid y ahí, en la capital, los temores de mis padres se acrecentaban. Parecía que siempre hubiese que estar alerta, sin bajar la guardia. En la playa, ya en el sur, algunos días hojeaba aquellos periódicos y revistas que leía mi padre y donde, a veces, junto a otras noticias y los sugerentes desnudos de actrices o de mujeres famosas, venían las fotografías de los atentados que aquella banda, aquí o allá, había perpetrado. Eran fotos tremendas, acompañadas de llamativos titulares, que se escapaban a la comprensión de un niño y le daban cierto miedo. Humo, sangre, escombros, coches destrozados o cuerpos sin vida tapados con sábanas blancas y tendidos en el frío asfalto mientras aguardaban la llegada de los coches fúnebres. Coches bomba, tiros en la nuca, tipos encapuchados, testimonios terribles, palabras llenas de angustia y de dolor por parte de los familiares de las víctimas. Mucho dolor. El verano solía ser una buena época para ellos, los terroristas. O para que las revistas recordasen lo que habían hecho recientemente. Todos los años lo mismo. No había tregua para ellos. Muchos atentados, muchos muertos. Pasaron los años y aquel niño, como todos los de su generación que tuvieron que vivir con la presencia constante del terrorismo en su país, fue comprendiendo la situación. El juego de unos y otros. Lo que aquella gente reclamaba y la forma tremenda que llevaba a cabo para conseguir sus propósitos. (También estaba, y está, esa otra gente, la que reclamaba lo mismo desde la democracia). Una locura. Una sinrazón que alcanzó sus máximas cotas de delirio (si nos ponemos a medir) con el secuestro y posterior asesinato del concejal Miguel Ángel Blanco. Todos recordamos aquella crueldad, aquellas horas con infinito dolor y estremecimiento, siempre pegados a la radio o la televisión, anhelando el final positivo que no se produjo. Todos salimos a las calles: con las manos blancas alzadas y los cuerpos encogidos, como si aquel chico fuese un primo nuestro, un amigo de nuestra propia pandilla o el vecino de la puerta de al lado. Todos recordamos dónde estábamos cuando los terroristas anunciaron que habían matado al joven. Un hecho que no hacía más que evidenciar la barbarie desmedida de la banda. Una ira silenciosa, una rabia contenida y un dolor común unieron todas las formas de pensar como nunca antes -creo- se había visto. Aquel gobierno, el del Partido Popular, y el que vino después, el del PSOE, siguieron luchando firmemente contra ellos. Según los expertos, tanto unos como otros tuvieron contacto con la banda. Muchos intelectuales trataron el tema. Literariamente hablando, Fernando Aramburu escribió los mejores cuentos sobre ello, "Los peces de la amargura". Y ahora llega este momento. Supongo que habrá que tener prudencia, pero no deja de ser un momento para celebrar. Se ha impuesto la democracia, esa palabra que, pese a estar tan manoseada, no pierde (no debe hacerlo) un ápice de su sentido. Patxi López y Rubalcaba no pueden evitar la emoción. Y Aguirre y Cospedal sacan sus guantes de hierro y sus palabras más duras, como acostumbran. Sigue siendo, pese a todo, un momento histórico, un momento para la celebración. Por muchas cosas: entre ellas, porque, si la noticia es definitiva (como deseamos fervientemente todos los demócratas), ningún niño sabrá, como supimos los niños de mi generación, lo que es un país constantemente amenazado por un grupo terrorista.
Suscribo tus palabras Ovidio.A un escepticismo inicial,a un descrédito del comunicado de la banda asesina,al terrible recuerdo de la muerte de Miguel Ángel Blanco(y al horror de la mutilación de Irene Villa y la muerte de tantas y tantas personas que permanecen en el inconsciente(y el consciente de muchas familias)colectivo,le siguió una tibia esperanza,una alegría contenida,una certeza real de que todo había terminado.Inverosímil pero cierto.Aquel monstruo que creció y habitó entre nosotros yace ahora moribundo abatido entre todos los los democrátas.Ojalá esta vez sí tengamos un motivo real para celebrar el final de una horrenda pesadilla.
ResponderEliminarSucinto y precioso relato. Condesas como nadie en tan pocas palabras tantas cosas, que muchas veces "acojonas", es como si tuvieses una visión de rayox x.
ResponderEliminarMi mas sincera enhorabuea
En realidad estos sentimientos son los de toda nuestra generación. Los nacidos en los 70 hemos sido los jóvenes que más veces nos hemos despertado con los asesinatos de la banda terrorista ésta. Yo tenía un añadido y era la condición de policía nacional de mi padre. Muchas veces en el garaje, he pensado lo que sería vivir con la obligación constante de mirar los bajos del coche. Y ha habido momentos de más miedo que otros, como cuando atentaron contra el cuartel de Buenavista en Oviedo con un lanzagranadas, gracias a Dios, aquella vez no hubo víctimas... entonces les decían que estuvieran alerta, que llevaran el arma con ellos, que no estaba nadie a salvo,...
ResponderEliminarPero si bien es cierto que las imágenes del atentado contra Irene Villa y su madre fueron algo aterrador, estoy de acuerdo que lo que ha marcado nuestra vida como espectadores de esta barbarie fue la densa espera hasta la ejecución de Miguel Angel Blanco. Sé dónde estaba, sé con quién estaba, sé el calor que hacia aquella tarde, era un sábado de julio y también sé que mi padre nos dijo, mientras esperabamos la noticia escuchando la radio, que lo iban a matar seguro, que no tendrían piedad...
Aquel concejal con cara de niño que pasaba por allí, supuso un antes y un después en la lucha contra ETA y en la conciencia de muchos (también muchos vascos) Bendita tierra la vasca maldecida con este cáncer.
Hay muchos momentos más: el asesinato de Manuel Broseta, profesor de la Facultad de Derecho de Valencia el de Tomás y Valiente, que fue el que dio origen al movimiento "manos blancas", Ernest Lluch, ministro con Felipe González, tantos policías, guardias civiles, militares anónimos a los que pusimos nombre al pasar del anonimato a la condición de víctimas...
Yo el jueves llamé a casa cuando me enteré para decírselo a mi madre, cogí a mi sobrino en brazos porque era un momento histórico (es un momento histórico) y abrí una botella de vino para brindar por la paz en el País Vasco y por la reconciliación de todos nosotros.
Sé que el camino será largo, pero en manos de todos está llegar al final del mismo.
Besos
Bea
Que bien descrita esta esa egida del terror que todos emprendíamos todos los veranos para poder disfrutar de un poco de sol...
ResponderEliminarUn besin
Al igual que tu y tu familia, nosotros también nos desplazabamos con todos nuestros enseres a Sotogrande, ay que algarabía había en la casa, que totum revolutum con los preparativos, risas y mas risas, aquellos baules (tan en voga ahora), los mozos apilando los coches, las muchachas que echaban a suertes cual se venía con nosotros, el aparatoso andador del abuelo Herbert, (nunca viajaba sin el a ninguna parte), su eterno pijama y bata (que por mucho calor que hiciese nunca se la quitaba), son tantos tantos recuerdos...se me llenan los ojos de lagrimas al escribirlos...
ResponderEliminarTe deseo un feliz viaje con tus ventanas compartiadas con todos nosotros
Mis vacaciones cada julio en la Costa del Sol, también estuvieron marcadas por ese miedo, miedo a que voláramos por los aires a la hora de la siesta o a que la noche de antes, el objetivo fuera reventar tramos del ferrocarril.
ResponderEliminarMe gusta cómo conduces al lector de la mano por el borde de las palabras.
Un beso, amigo.
Feliz viaje...