Viajar a Londres es viajar siempre a la ciudad que uno recuerda (si ha estado antes) o que uno imagina (si no ha estado). Nunca decepciona en este sentido. En ninguno, en realidad. Las calles, los parques, las tabernas, las librerías, las plazas, los puentes, los cafés, los museos, los teatros... Las casas donde vivieron personajes ilustres y esas otras donde vive la gente que insufla el latido de la propia ciudad cada día. No hay como viajar en metro, cuanto más temprano mejor, para descubrir ese latido. De unos lugares a otros, siempre con el tiempo mordiéndote los talones, intentando atrapar todos los momentos, que nunca sabes si volverás por allí (seguro que sí: seamos positivos, una vez más). Porque en Londres, como en todas las grandes ciudades, parece que el tiempo transcurre a mayor velocidad, que los relojes devoran las horas de un intenso bocado, en un fulminante abrir y cerrar de ojos. Sobre todo -me imagino- cuando estás de vacaciones en ellas sólo unos pocos días. Son muchos siempre los instantes que recuperas, a la vuelta, en un rápido apunte, de los viajes. También de este viaje: Londres, 2011. Las larguísimas caminatas por las diferentes zonas de la ciudad, esas zonas que componen un mosaico, el de la propia ciudad, tan legendario como venerado; los recorridos por los museos; los rastreos por los mercados de frutas, los mercadillos con todo tipo de cachivaches y las tiendas de segunda mano donde siempre huele a esa intensa mezcla de humedad e incienso que no consigue ahuyentar a los fantasmas de toda la gente que poseyó con anterioridad todas esas cosas: ropas, zapatos, anillos, muñecos, vinilos, pósters, cuadros, abanicos, secadores, planchas o cualquier otro tipo de artilugio; los hallazgos que encuentras a cada paso, aquí y allá; los restaurantes de moda (decepcionante, en este sentido, la comida italiana de Jamie Oliver, pese a lo acogedor del lugar) y los puestos donde por un trozo de pizza o un sobre de arroz solucionas la comida; el placer de encontrar una silla libre, después de todo ello, en alguna terraza donde aún da un poco el sol y desde la que poder contemplar a toda la gente que pasa, que ésa es siempre una de las mejores maneras de conocer otros mapas, otros ámbitos. Y ese paseo, el día de mi cuarenta cumpleaños (qué vértigo), por Hyde Park. Eran las cinco de la tarde y era viernes. Ya se respiraba allí ese ambiente que tienen los viernes por la tarde, cuando, tras la agotadora semana, aparecen esos dos días de vacaciones (quien tenga el privilegio de disfrutar de dos días, claro). Hombres y mujeres de diferentes edades paseando tranquilamente, corriendo o haciendo gimnasia; niños moviéndose de un lado a otro, jugando con libertad; jóvenes con sus patines, sus bicicletas o sus patinetes; abuelos sentados en los bancos, frente al lago, aprovechando ese último resquicio de calor o dándoles de comer a los patos y a las palomas. Ese reducto de tranquilidad en medio del bullicio de la gran ciudad, del vértigo de llegar a esta fecha tan redonda y tan mitificada (para bien y para mal): cuarenta años. Con todos esos años ya a las espaldas y la incógnita de los que te aguardan por delante. Pero estamos en Londres y no hay tiempo de hacer balances. Caminamos en silencio, respiramos ese aire no contaminado, hacemos fotografías, disfrutamos del paisaje, planeamos la siguiente parada. Esa paz, la de Hyde Park, consigue por unos instantes que me olvide de los años que están ahí y del tiempo que vendrá. Quién sabe qué nos espera. Esa fotografía reflejará algún día este tiempo, esa paz que se cuela entre las ramas de los árboles, el atardecer ya instalándose, amenazando con su rastro de melancolía desde lo lejos, y que ahora respiramos.
Precioso retrato de Londrés, primera gran ciudad que conocí despues de Madrid y Barcelona y primera gran ciudad de la que me enamore. Luego vinieron y vendrán otras.
ResponderEliminarUn poco melancólicos los sentimientos de tu 40 cumpleaños, yo lo recordaré como uno de los días más felices y redondos de mi vida. Lo que venga ahora seguro que será más y mejor.
Un beso y feliz cumpleaños atrasado.
Ovidio, menos mal que has vuelto. Me chiflan tus enumeraciones. Numera, numera, viva la numeración que cantaba el grandioso José Luis Rodríguez , el puma. Nadie numera como tu, con tu ritmo, tu osadía, y tu musicalidad. Es que nos llevas contigo, de la mano, por mercados y plazas. No me hago una idea del talento que hay que tener para escribir estos textos tan difíciles y puros donde se mezcla esto y lo otro sin que nada sobre y nada falte. Estoy con la persona que comenta que no nos dejes sin tu creación aunque estes muy ocupado ! Lo necesitamos! Y estoy contigo, los 40 son de vértigo. Un abrazo
ResponderEliminar"When a man is tired of London he´s tired of life".Como frase que "pulsiona" tu estado de ánimo alivia saber que estás,cuando menos,contento.¿Balance?¿Qué cosa es balance?¡Anda ya,Ovidio!Aún no hay "debe" ni "haber"para que ocupes tu tiempo en esas nimiedades.¡Qué bueno que tu instinto de escritor se agudizó en" London"!(nada escapa a tu escrutadora mirada).Un lujo reanudar tus lecturas.Abrazote.
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