En el avión, de regreso a Asturias, cuando los pasajeros más ruidosos y alborotadores parecen haberse quedado adormilados, con la luz del sol filtrándose con intensidad a través de la minúscula ventanilla y las nubes flotando debajo de nosotros y tratando de esconder esa especie de mar imaginario que uno piensa que se encontrará tras ellas, voy leyendo el nuevo libro de Alice Munro, "La vida de las mujeres". Se trata de la única novela publicada por la autora canadiense y que ahora traduce al castellano, en exquisita edición (como acostumbra), Lumen. Dice Munro, refiriéndose a la madre de la protagonista, que es, a grandes rasgos, la suya propia, ya que la novela es una especie de memoria de lo que fueron los primeros años de la autora: "Y si la felicidad de este mundo está en creer en lo que vendes, entonces mi madre era feliz. El saber no era para ella algo hostil, sino acogedor y entrañable". La mujer de la que habla, la madre, interesada siempre por los conocimientos, vendía enciclopedias por las puertas de los pueblos de los alrededores. Todo un personaje. Qué grandes palabras las de Munro. Detrás de su aparente sencillez, se esconden miles de cosas. Esa transparencia en el lenguaje, que, a su vez, transmite tantas sensaciones, tantas emociones, es una de las más difíciles de conseguir. Palabras mayores de la literatura, con Nobel o sin él. Cierro por unos instantes el libro y pienso en sus palabras, las palabras de Alice refiriéndose a su madre. No hay mayor regalo que creer en lo que estás haciendo, estar convencido de lo que vendes. No todo el mundo conoce esa felicidad. Recuerdo mis tiempos como librero (el otro día me los recordaron en una radio: en la magnífica entrevista que me hicieron en el programa de Pachi Poncela) como uno de esos instantes de felicidad. Hablar con la gente, recomendarles este libro o aquel otro, hacerles llegar nuevos hallazgos. Guardo muchos buenos recuerdos de esos casi diez años como librero. Y sí, hay veces que los echo de menos, como me preguntaba la locutora del programa. Al hilo de todo esto, recordé la anécdota que acabábamos de vivir en uno de los museos que visitamos esos días en Londres, el National Portrait. Aparte de la exposición permanente, había otra sobre estrellas de los años dorados de Hollywood. Katherine Hepburn, Bette Davis, Ava Gardner, Elizabeth Taylor, Vivien Leigh, Marlon Brando, Rock Hudson, Marlene Dietrich... Llegamos alrededor de las cinco y media, después de ver en una diminuta sala de cine del centro (por segunda vez) "La piel que habito", y ya no había entradas para esa exposición. La chica del mostrador así nos lo comunicó, a la vez que nos decía que al día siguiente por la mañana habría nuevas entradas disponibles. Le dijimos que, a la mañana siguiente, ya regresábamos a España, que resultaba del todo imposible. Y seguimos, bastante desilusionados, nuestro camino por el museo. Retratos y más retratos excepcionales. Cuando llegamos a la parte donde se exponían las fotografías de esas estrellas del cine clásico para las que ya no había entradas, otro de los empleados del centro, nos ofreció dos pases. Al parecer, su compañera le dijo que nos marchábamos de Londres al día siguiente y que no querían bajo ningún concepto que nos quedásemos sin verla. Eso, aparte de criterio y educación, es creer en lo que vendes, estar bien en tu trabajo, como le pasaba a la madre de la protagonista de Munro y a mí mismo en mis tiempos de librero. El agradecimiento fue absoluto. Mi cara cambió por completo. Y más aún después de ver la exposición (sublime, imprescindible para mitómanos de esa época irrepetible), cuyo catálogo no pudimos resistirnos a comprar. Qué menos, por otro lado, después de aquel detalle que no todo el mundo sabría tener. Abandonamos aquel museo felices, eufóricos, con nuestro pequeño tesoro en las manos, perdiéndonos en el barullo de Trafalgar Square, ajenos a aquello que le habíamos dicho a la empleada del museo de que al día siguiente teníamos que volver y que era cierto.
A veces es más fácil hacer felices a los demás de lo que creemos. La chica del Museo os hizo felices con algo tan sencillo como dos entradas para la exposición.
ResponderEliminarSiempre acabamos coincidiendo en los gustos, Alice Munro es una de mis autoras de cabecera.
ResponderEliminarAyer envié un comentario al de Diana Arbus y no se ha publicado, tal vez haya algún problema informático.
Montse Grimau
Debería existir un carnet de intelectual o de artista, o de amante de la cultura para que no se produjesen esos casos y uno no tuviese que quedarse sin ver algo porque un monton de turistas que no sabrán ni lo que ven te dejen sin entradas. Espero que esto te motive para hacer tu segundo viaje a londres, pues uno no basta, siempre dos por lo menos.
ResponderEliminarUn abrazo muy fuerte
Era nuestro segundo viaje a Londres, en realidad.
ResponderEliminarGracias por vuestros comentarios, una vez más.
Ovidio Parades
Volverán, sin duda, los tiempos de librero Ovidio."Hago felices a mis clientes" esta frase encabeza tu "curriculum vitae".No sólo es una intención;es una predisposición del ánimo para que así sea.Algo muy difícil de hallar en estos tiempos apresurados y consumistas.Un buen librero es como un médico;sabe qué "remedio" necesita el que se acerca a él viendo los síntomas.Una dosis de poesía, un novelón interminable,un ensayo científico,algo de amor y picardía,un poco de filosofía,un cuento...Si para hacer feliz a alguien se precisa de dos segundos,la decisión de hacerlo es lo que marca la diferencia.Saludos.
ResponderEliminarAh Ovidio, qué razón tienes con la frase "hago felices a mis clientes", la suscribo al mil por ciento, o al menos lo intento, por eso siempre vuelven. Como experta en idiomas en un club de lectura hacer feliz a un cliente a veces te lleva dos segundos, las más de las veces algo más, no importa. No siempre es fácil, en ocasiones tengo que ser muy creativa y un poco parapsicóloga para leer en sus mentes y saber que quieren, Raúl lo ha explicado muy bien: amor y picardía , algo de filosofía, un poco de cuento... si supieras lo inspirador que me resulta tu extraño viaje en tantas ocasiones y no dudo que con las ventanas compartidas ocurrirá igual. Un beso muy fuerte guapísimo
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