Después de la comida y la posterior sobremesa, cuando ya estamos a punto de marcharnos, los niños se acercan al abuelo y éste, con aire despistado y una sonrisa de medio lado, como si nunca antes hubiese hecho ese gesto, revuelve en los bolsillos de su pantalón gris y les da unas monedas, cincuenta céntimos, un euro, acaso dos, que los niños reciben con alborozo, pensando ya en qué van a invertirlas nada más salir de casa. Ah, los abuelos. Ese gesto, el de ese abuelo de aspecto serio pero tan entrañable como la mayoría de los abuelos, me recordó a los gestos de mis abuelos, de los dos. Al final de nuestras visitas, las tardes de los sábados o de los domingos, los dos hacían lo mismo que hizo este abuelo el pasado domingo. Qué alegría nos producía recibir aquellas monedas, aquel billete, nuevo o arrugado, de un color u otro, en el mejor de los casos. Una moneda de veinticinco o de cincuenta pesetas, un billete de cien o de quinientas. De mil o de cinco mil, si el santo, el cumpleaños o la Navidad estaban cerca. Todo un tesoro. Aquello daba para varios helados, un nuevo "Zipi y Zape", un puñado de golosinas, otra aventura de "Los Cinco", una entrada para el cine o para el circo, si estaba en la ciudad... Una de las mejores cosas de aquellas visitas consistía, precisamente, en ese momento que sabíamos que, tarde o temprano, antes de irnos, se produciría. Y entonces les dabas un beso, no hacía falta que nadie nos hiciese una señal para indicárnoslo. La textura de la barba cerrada, pese a estar casi recién afeitado, del abuelo Tomás; el olor a tabaco del abuelo Pepe, siempre con aquel Ducados prendido de los labios. La colonia antigua de ambos (quizá era la misma: regalo de las últimas Navidades de alguno de nosotros). Olores y sensaciones que no se borran de la memoria, aunque ya hayan pasado tantos años. Siempre había una voz por detrás que decía "hale, para la hucha", pero aquellas monedas o aquellos billetes, en mi caso, jamás terminaban en la hucha. Hay personas que sí, que saben guardar dinero en las huchas (suerte que tienen en estos tiempos y los que se avecinan, según dicen), y otras que, no nos engañemos, hace mucho tiempo que dimos por perdida esa batalla y a mucha honra. Así es la vida. No todos los niños poseen, con el paso del tiempo, estos recuerdos. Una pena. Pero vuelvo al principio, al abuelo de esta historia, a esos nietos, inquietos y espabilados, que algún día lejano recordarán ese momento, el del pasado domingo, el olor y el cariño de su abuelo, la alegría de recibir unas monedas, la ilusión de ir a gastarlas de inmediato al quiosco o al puesto de helados más cercano, y descubrirán que en ello está buena parte de lo que los definirá como hombres.
Cierro los ojos y vuelvo a las navidades de mi infancia. Ay, las Navidades, tan bonitas, tan luiminosas, tan llenas de color: azul, amarillo rojo, oro, plata... con sus abuelos, sus belenes, turrones blandos y duros y a veces de chocolate, peladillas como perlas, frutas escarchadas... ay... me dejo llevar por esa suave y dulce musica de villancicos, panderetas, castañuelas, botellas de anís... ah la rotunda importancia de la infancia en la Navidad y viceversa, que no es poco...
ResponderEliminarGracias Ovidio por traerme recuerdos tan hermosos y arrancarme una vez mas unas lagrimas de mis ancianos pero jovenes ojos
Hoy tu post ha removido mis recuerdos.
ResponderEliminarMi relación con mis abuelos ha sido muy diferente porque a mi abuelo paterno lo perdí cuando yo tenía apenas 5 años, sólo recuerdo ir con él de la mano hasta un hórreo que había cerca de su casa, presumir de nieta, la hija mayor de su hijo pequeño, el hijo más querido, ahora con los años estoy segura que fue así, que quería muchísimo a mi padre, "hasta el infinito" como decíamos abriendo los brazos cuando eramos pequeños. ¡Qué pena haberle perdido tan pronto! Llevaba en sus bolsillos lapiceros minúsculos de tanto tajarlos...
A mi abuelo materno lo disfrute más, lo perdí con 26 años, era un vasco auténtico, venido en los años 20 a Asturias con su familia para la construcción del ferrocaril de "el vasco". Se caso aquí y compartió vida con la que es mi abuela durante más de 60 años. Él nunca volvió a su tierra. Ella sigue aquí a pesar de que ya hace 15 años que mi abuelo Pepe murió.
Nosotros compartimos con los abuelos maternos muchas horas y muchas cosas, tantas que habría que escribir muchos comentarios a tu post....
Sólo decir una cosa: los primeros años tras la muerte de mi abuelo (el de Oviedo) todos y cada uno de los días, pensaba en él, unas veces con más tristeza que alegría por su ausencia.
Qué razón tienen los que dices que nadie muere mientras permanezca vivo en nuestra memoria.
Gracias Ovidio por hacerme recordar hoy a mis abuelos: Ludivino y Arturo, este último más conocido como "Pepe el vasco"
Un beso muy fuerte para los dos donde quiera que estéis
Bea la de Lola
Ah los abuelos, esos seres de luz, de paz y sosiego que tanto nos marcan en nuestra vida, para bien o para mal, que se va hacer... yo pienso mucho, en el mio, tan alto, con aquel pelo blanco, con su bigote, su chaleco marrón, su pipa,sus tofes, su gabardina inglesa, esperando a la puerta del colegio, en las ferias... Ay, se me pone esa carne de gallinita tonta recordándole.
ResponderEliminarGracias por este torrente de emociones que nos arrancas como ese gran minero de la palabra que eres. GRACIAS DE TODO CORAZON.
Yo me acuerdo de mi abuelo Herbert y como corria con su andador detras de nosotros y los demas niños del pueblo. Que risas, siempre de buen humor, con su eterna bata gris, sus pantuflas, sus grandes cejas...
ResponderEliminarComo todos, solo puedo decir, gracias por escribir... Un abrazo
Se lo acabo de leer a mi abuelita... y la pobrecilla se quedo sin palabras, pero con una sonrisa tan luminosa que si pudiese te enviaría una foto
ResponderEliminarA ver si podemos conocernos en la presentación.
Un calido abrazo
CL
Antonio.A día de hoy no recuerdo haber visto a un hombre más alto que a él.Mi abuelo fue el hombre más alto que hube de haber visto jamás.Desde la perspectiva de un niño de cinco años así eran las cosas.A su boina nueva mi hermano Rafa y yo le cortamos el "pelito" que la coronaba(¡qué disgusto!pero jamás un mal gesto o un enojo).Mi abuelo Antonio era puro corazón(era como el de la película"Los Santos inocentes").Cada que su hija se marchaba con sus nietos tras el fin de semana en la aldea a Pontevedra(80 kms) se entristecía casi al borde del llanto;como yo ahora al evocar su recuerdo.Sus ojos azulísimos,su forma de bailar muiñeiras,el olor del vino en la taberna con sus amigotes,su chocolate en el desayuno,lo cariñosos de sus abrazos al volver a verlo...No es del diario,pero sí con cierta frecuencia que evocamos su recuerdo.Mi querido abuelo Antonio también hoy quiero llorar un poco al evocar tu recuerdo.Muchas gracias Ovidio(ojalá pudiera escribir tan bien como tu para poder expresar todo lo que siento por él.Mil gracias.
ResponderEliminar¡¡¡Feliz Cumpleaños!!!Habría que decirte"Happy Birthday" puesto que debes estar allá por Londres.Bienvenido a la "cuarentena"(o la "cuarentenada").Ni decirte que te deseo de lo bueno lo mejor.Te mando a los mariachis pa que te canten las mañanitas huastecas, que son las mejores para felicitar a los amigos. Un buen trabajo para ti es mi deseo en este cumpleaños tan especial.Verás que pronto lo consigues.También te deseo mucho éxito para tus "Ventanas compartidas" y para "El extraño viaje" que serán,sin duda, una fuente gratificante de experiencias y vivencias para ti.Darte las gracias por haberme dejado leer tu blog(que ya considero como mío) y por haberme dejado escribir en él(pendejadas y bobadas al lado de tus escritos soberbios).Reiterarte mis felicitaciones y desearte que nada ni nadie se interponga en el desarrollo de tu talento literario.Un saludo también para Iñigo que comparte contigo la felicidad de este día.Un abrazo desde México amigo.
ResponderEliminarMuchas gracias, Raúl, por acordarte de mi cumpleaños. A puertas de la National Gallery, un beso muy fuerte.
ResponderEliminarOvidio Parades.
Felicidades de toda la gente que amamos la literatura!!
ResponderEliminarMarina