Shirley Valentine es una ama de casa de Liverpool que habla con la pared (esa pared que pintó, entre ilusiones, juegos y risas, por primera vez mucho tiempo atrás, mano a mano con ese marido al que le prepara rutinariamente la cena todas las noches y con el que ya apenas tiene comunicación), que siente que la vida -al borde los cincuenta años- se le está escapando de las manos y que, lejos de achicarse, decide agarrar el toro por los cuernos, coger la maleta, el billete de avión, el sombrero y replanterase el futuro dándose una nueva oportunidad. Es una comedia escrita por Willy Russell que, junto a su frescura y aparente sencillez, esconde múltiples aristas y una vida, la de la propia Shirley, detrás de la que pueden verse identificadas muchas otras mujeres. Es un monólogo ideal para ese tipo de actriz que combina mágicamente los registros cómicos y los menos cómicos. Esas actrices que saben reflejar como nadie los momentos cotidianos, el día a día, los problemas y las satisfacciones, que pueden estar riendo y al minuto siguiente llorando (o ambas cosas al mismo tiempo), como en la vida misma. Un nudo en la garganta y una sonrisa que, finalmente, no pierden nunca. Podría citar a varias maestras del género, pero quizá Shirley MacLaine y Carmen Maura encabezarían la lista por indiscutibles méritos propios. Verónica Forqué presentó el martes en el teatro Filarmónica su versión del personaje. Es una actriz ideal para ello. Ella sabe bien combinar eso, lo cómico y lo menos cómico que se esconde detrás de esta Shirley Valentine, la lágrima y la sonrisa, la tristeza y las alegrías (cuando las hay). Detrás de cualquier vida en realidad. Sólo hay que pararse a pensarlo, a hacer recuento. Las vidas grises y las otras, las de mayor colorido, que se van dibujando para salir adelante en la imaginación de cada uno. La Forqué, dirigida por su compañero, Manuel Iborra, enseguida atrapó al público con su manera de hacer. Es, la Forqué, de esas actrices que siempre están perfectas. No recuerdo una desganada interpretación suya.
Hace unos veinte años (ay), poco después de que Pauline Collins estrenase la versión cinematográfica de la obra, también en el Filarmónica, vi a Esperanza Roy haciendo este mismo papel. Quizá Esperanza, grande entre las grandes, le daba un aire más arrabalero, más de mamma italiana, con sus zapatillas, su delantal, su maravillosa voz ajada y su estupendo desparpajo. Y es que Esperanza, nunca tan reivindicada como se merece, es de esas actrices que lo mismo vale para un roto que para un descosido, para hacer de ama de casa solitaria que habla con las paredes como de vedette rodeada de plumas por todas partes o de la mismísima Marlene Dietrich, personaje que, por cierto, también interpretó con acierto por estos teatros.
Una obra inteligente y divertida, que hace pensar y reflexionar, que no deja indiferente. Y que esconde algunas cuestiones que siempre deberíamos plantearnos. La cara y la cruz de la misma moneda. Los problemas y las satisfacciones de cualquier ser humano. La importancia de las pequeñas cosas. El significado de intentar nuevos proyectos, de conseguir el mayor número de momentos felices posible, arañando de aquí y de allá. Como en la vida misma, ya digo.
Hace unos veinte años (ay), poco después de que Pauline Collins estrenase la versión cinematográfica de la obra, también en el Filarmónica, vi a Esperanza Roy haciendo este mismo papel. Quizá Esperanza, grande entre las grandes, le daba un aire más arrabalero, más de mamma italiana, con sus zapatillas, su delantal, su maravillosa voz ajada y su estupendo desparpajo. Y es que Esperanza, nunca tan reivindicada como se merece, es de esas actrices que lo mismo vale para un roto que para un descosido, para hacer de ama de casa solitaria que habla con las paredes como de vedette rodeada de plumas por todas partes o de la mismísima Marlene Dietrich, personaje que, por cierto, también interpretó con acierto por estos teatros.
Una obra inteligente y divertida, que hace pensar y reflexionar, que no deja indiferente. Y que esconde algunas cuestiones que siempre deberíamos plantearnos. La cara y la cruz de la misma moneda. Los problemas y las satisfacciones de cualquier ser humano. La importancia de las pequeñas cosas. El significado de intentar nuevos proyectos, de conseguir el mayor número de momentos felices posible, arañando de aquí y de allá. Como en la vida misma, ya digo.
Asombrado me quedo...A medida que iba leyendo tu escrito se iba formando en mi mente el perfil idóneo de una actriz que encaja a la perfección en tu descripción.Por su sonrisa,por ese algo agridulce que logra transmitir(en "Qué he hecho yo para merecer esto" de Almodóvar,por ejemplo),por ser un pedazo de actriz...En efecto,¡Verónica Forqué!Un saludote Ovidio.
ResponderEliminarYo pienso que Esperanza Roy nunca ha sido valorada como se merece, ni una décima parte siquiera; me hace muy feliz encontrar aquí alguien que reconoce su gran, inmensa, valía.
ResponderEliminarleyendo a Ovidio dan ganas de acudir al teatro, de leer, de viajar, de cocinar, haces que todo resulte atractivo, sugerente, divertido,...
ResponderEliminartienes un don, no cabe duda
Ovidio, ¿cómo no te lanzas al teatro? me refiero a escribir una obra de teatro, estoy segura de que tendría su público...
ResponderEliminarAy! leer los nombres de esas grandes actrices cuando en Oviedo las actuaciones del teatro por las fiestas son tan rancias, tan anticuadas, tan llenas de olor a naftalina.
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