viernes, 14 de enero de 2011

Fumar, ese placer

Empecé a fumar a los catorce años, con mi amigo Bernardo, cuando regresábamos a nuestras casas caminando desde el colegio. Eran viernes por la tarde, hacía calor y la sensación de tener dos días libres por delante unida al sabor de aquel tabaco, Lucky Strike, es una de las más placenteras que recuerdo de mi juventud. El sabor del tabaco es delicioso. Fumar realmente es un placer. Un auténtico placer. A partir de aquellas tardes, ya tan lejanas en el tiempo, empecé a fumar diariamente. Pronto cambié el Lucky por el Camel. Siempre he fumado por auténtico gusto. Nunca he tenido la necesidad, como tanta gente, al abrir los ojos por la mañana, antes de poner un pie en el suelo, de encender un cigarrillo. Mi primer contacto con el tabaco es siempre después de comer. Pocos placeres más sublimes conozco que ese sabor, que casi siempre intento prolongar fumándome dos cigarrillos seguidos. Excesivo que es uno. Durante bastante años, llegué a fumar casi un paquete diario. El placer ya se sabe: abres la puerta y te dejas llevar... Sin embargo, ese placer me estaba machacando: la garganta, mi eterno punto débil, se resentía salvajemente. Dos o tres veces al año, pasaba diez días en la cama atiborrado de antibióticos, con casi cuarenta grados de fiebre y la garganta en carne viva: un verdadero horror. En un momento dado, harto ya de aquel tremendo dolor que aparecía puntualmente, decidí rebajar las dosis del placer. Cuatro o cinco cigarrillos al día, lo que, a día de hoy, fumo. Y las infecciones de garganta empezaron a disminuir considerablemente. Sin embargo, cuando me reunía con amigos, salíamos a beber y a cenar, la dosis, al hilo de la complicidad y las risas, siempre aumentaba. Ahora, como en cualquier país civilizado, eso se ha terminado. Ya no hay cigarrillos en las sobremesas de los lugares públicos. Lo cual, desde el punto de vista de la salud, me parece fantástico, aunque desde el literario no lo sea tanto. Pienso que cada uno debe dejar de fumar, si quiere hacerlo, cuando libremente decida, eso sí. Pero a mí, personalmente, esta ley me ha hecho un gran favor porque, por mucho que recuerde (y lo hago, lo hago) los infernales dolores de garganta que me pueden esperar después, ¿quién, tras una cena estupenda, botella de vino mediante, me podía impedir a mí fumar media cajetilla de una sentada, mientras la charla iba y venía? Pues eso: nadie, absolutamente nadie. Sólo la ley, claro. Esta ley con la que, con sus más y sus menos, estoy muy de acuerdo.

2 comentarios:

  1. A raíz de un accidente, mis amigos me han regalado bombones, muchos bombones. Sin embargo, a pesar de mi debliad por el chocolate, el mejor presente fue cierto libro...
    Aún no he acabado de leer El extraño viaje y no he podido evitar apresurarme para buscar por google a su autor y así manifestarle que estoy encantada de conocerle.
    Lo dicho, todo un placer leerte.

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  2. Muchísimas gracias, Llonxana, por tus palabras. Un lujo tener lectoras como tú. Gracias.

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