Terminaron ya las fiestas navideñas, afortunadamente. Todos los años, casi desde principios de diciembre, después del largo puente, se repite la misma historia: cenas y copas con unos y con otros, aquí y allá, con más o menos dinero, con crisis o sin ella, para celebrar estos días. Qué agotamiento. Parece que nunca puedes negarte a ninguno de los planes que te ofrecen. Da la sensación, si lo haces, de que no te apetece brindar con esas personas, desearles felices fiestas, próspero año y demás frases hechas dichas con mayor o menor sentimiento y sinceridad. Y no es eso, la verdad. Es que resulta del todo agotador. Siempre coges algunos kilos de más, la cartera se resiente considerablemente y el hígado y la garganta protestan con exquisita puntualidad por las mañanas. Este año, además, se unía el tema del precipitado cierre de la librería Trabe y sus desagradables circunstancias, que no es algo que haya que celebrar evidentemente, pero siempre es buen tema para comentar y aplicarse el célebre "beber para olvidar" por eso de empezar un nuevo año en la cola del paro y con miles de horas libres por delante para organizar. Risas, charlas, confidencias y alguna que otra maldad para aligerar la intensidad y provocar nuevas risas, que buena falta hacen siempre para la piel y para el alma. Por eso, de todas esas numerosas comidas, me voy a quedar con una, la del día de Nochevieja, último día de trabajo en la librería. Íñigo y yo nos refugiamos, solos, en un restaurante, casi vacío, con una decoración que tuvo su momento álgido tres décadas atrás (típica de esta ciudad, por otro lado) y que no solemos frecuentar habitualmente. Ajenos a todo, parecía que estuviésemos en otra ciudad (pese a la decoración), en otro país, en otra época del año (sorprendentemente, en la parte en la que estábamos, no vislumbrábamos ninguno de esos adornos navideños tan frecuentes y desvencijados que, por eso de la crisis, conservan el polvo de varios años atrás). Después vendrían más celebraciones, preparativos, reuniones y brindis. Las uvas, el champán y las firmes promesas para el nuevo año: dejar de fumar, beber menos, comer adecuadamente, hacer mucho ejercicio y todo ese largo y aburrido blablablá. Pero ese momento, el de la comida del último día del año, disfrutando lentamente del vino, del pescado y de la charla, será sin duda uno de los mejores de este tiempo tan revuelto, tan incierto, tan imprevisible. Nos hizo recordar aquel tiempo en el que no teníamos una casa en común y cientos de proyectos que llevar a cabo juntos. Algunos de ellos, la mayoría, aún están por cumplir. Quizá este año, pese a todo, sea su momento. Quién sabe.
tan brillante como siempre, no puedo evitar preguntarme de qué restaurante se trata
ResponderEliminarmaría