Luz fría de invierno en Gijón. El sol, minúsculo, aparece y desaparece según las calles por las que caminamos. El mar está en calma, imponente y bella calma. Pasar la tarde ahí, en Gijón, sin nada que hacer, es uno de esos pequeños placeres que a uno aún le quedan. Es una sensación muy parecida a la de hacer novillos: escaparse de aquellas pesadas y aburridas clases de matemáticas, de gimnasia o de religión para ir a pasear por los rincones más desconocidos de tu ciudad, lejos del colegio o de tu propia casa, o a refugiarse al cine (a cualquiera de los cines que, lamentablemente, ya no existen en Oviedo: por muchos años que pasen aún sigo sin acostumbrarme a esa absurda y tristísima desaparición) para que nadie te descubriese. La misma dulce y placentera sensación, sí. Detenerse en algunos escaparates y en las librerías de siempre. Lamentar el cierre de otra librería, Alborá en este caso (¡qué melancolía provocan esas paredes y estanterías vacías, el abandono propio de algo que se cierra definitivamente, el aire enrarecido y fantasmal, el polvo que enseguida se va formando y apoderando de todo, el papel de estraza que intenta ocultar todo el desaguisado tras los cristales y que se va desprendiendo poco a poco de la cinta adhesiva que lo sujeta!). Contemplar el mar y tomar un poleo en alguno de los numerosos y acogedores cafés de la ciudad. Cosas que, en su aparente simplicidad, esconden otras cosas importantes: ciertos planteamientos vitales, determinadas reflexiones, atisbos de futuros proyectos. Planes, cambios, renovaciones, cosas, y la esperanza de que se lleven a cabo. Qué sé yo. Una tarde que no es como cualquier otra tarde. Una aventura, aunque sea algo tan sencillo como es el viaje a una ciudad tan cercana y tan conocida, Gijón. La ilusión por todo sigue ahí, intacta, y eso creo que es lo que importa, pese a todo. Eso es lo que pienso cuando ya se ha hecho de noche definitivamente y regresamos, silenciosos, al lugar donde habíamos dejado el coche. Esa ilusión que tapa (casi) todo lo feo y ayuda a seguir adelante. No queda otro remedio.
Recuerdos con¨tufillo¨nostálgico pero siempre al final la luz de un futuro aventuroso y esperanzador.
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