Resulta excesivamente tópico, al hablar de Amparo Muñoz, destacar en primer lugar su belleza, pero creo que es inevitable. Por otro lado, tampoco considero que se trate de algo malo: contemplar la belleza, proceda de donde proceda (a veces puede proceder, como le ocurre a la poesía y al arte en general, de los lugares más feos, oscuros, escondidos o inverosímiles), es algo a lo que siempre aspiramos todos. La actriz, incluso en sus momentos más bajos (como esos que circulan ahora por las revistas y televisiones más impúdicas y sensacionalistas, atrapada -al parecer- en una enfermedad muy grave), conserva algo de aquella impresionante mujer que fue. Amparo Muñoz siempre tuvo un halo de tristeza, quizá surgida del inconformismo con la vida y consigo misma, de la siempre frustrante dicotomía entre la realidad y el deseo, que le otorgaba aún más carisma, belleza y personalidad. Una mirada honda, profunda y oscura, que parecía -a ratos- pedir auxilio, un rasguño de cariño, de protección. Considerándola arrebatadora en su juventud, yo me quedo con esa imagen suya, cumplidos ya los cuarenta, con algunas arrugas en el rostro y el poso de quien ya sabe de qué va esto del vivir. Y del sobrevivir. Su voz, sus ojos, sus manos: ahí está el poso de la vida. La huella de las experiencias. Las risas y las lágrimas, los reconocimientos y las frustaciones, los hombres que se amaron y los que quedaron por amar, la buena y la mala vida, que llegados a determinada edad ya nada se puede (ni se debe) ocultar, qué demonios. Y ya ahí, alrededor de esos años, los cuarenta, consiguió quizá su mejor interpretación en cine, en la película "Familia", la sorprendente ópera prima de Fernando León. Siempre fue una buena actriz, es justo recordarlo, pero, en ese personaje repleto de matices, está absolutamente perfecta.
Ojalá, Amparo, que el viaje, sea cual sea y todo lo quede de él, te sea -como aquella noche del gran José Agustín Goytisolo- propicio.
y en mi viaje "propicio" por las redes, sigo acumulando notas muy sensibles y amorosas para armar sin preconceptos a ese ser que pone al recuerdo de una España oscura y a sus ambivalencias, en vilo. Hubo muchas tragedias de ídolos populares pero creo que la vida de Amparo habla de otra cosa más profunda:belleza y valentía son dos amantes conflictivos. Ojalá quienes la amaron y respetaron puedan sentirse menos solos. Para el dulce descansar de la mujer bella.
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