La inocencia de los niños nunca dejará de sorprenderme. El sábado, después de evitarlo durante varios días, vi imágenes de la tragedia de Haití por televisión. Las palabras, evidentemente, sobran. El silencio, señor obispo de San Sebastián, siempre es en estos casos la mejor opción, la más prudente, la más humana. Sobretodo, cuando abrimos la boca para decir solemnes barbaridades y para llevar el ascua a nuestra propia sardina, como siempre. "Mejor si me callara", recuerdo que leí esa misma mañana en un verso inédito de Herta Müller, Premio Nobel 2009. Mejor si nos calláramos, sí. Allí estaban, en medio de las palas que recogían a los muertos como si recogiesen trastos viejos para encender luego una hoguera, un grupo de niños, entre ocho y diez años, jugueteando y picándose entre ellos, riéndose al ver las cámaras de televisión y a los periodistas, ajenos a todo aquel dolor y sufrimiento. Los contrastes de esta vida, ya se sabe. Quizá sin aquellas risas frescas y luminosas ni aquellos enormes ojos negros e infantiles que devoraban la cámara, sería del todo insoportable contemplar aquellas escenas que no pertenecían a ninguna película de Hollywood ni a remotas épocas medievales sino, desgraciadamente, a la vida real y al momento presente. El aquí y ahora. Y concluye Herta Müller: "La noche cose un saco/ de tinieblas/ yerba, mala madre amarga/ silba un tren en la parada/ o quizás un niño falto de abrazo,/ en la acera, un zapato descalzo".
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