viernes, 11 de abril de 2014

La silueta del lobo

Hay relatos que llegan a tu vida para quedarse. El tema que tratan, la forma en que lo hacen, el latigazo final que te alcanza y te desmorona. Lo que viene después de leerlo. La silueta del lobo, perfilada en el horizonte, siempre acechando, acorralándote, atrapándote finalmente. Esa historia que durante un tiempo no puedes quitarte de la cabeza. Cada cual tendrá sus motivos o sus circunstancias para que esto ocurra. Y cada cual tendrá a sus autores. Antón Chéjov, Truman Capote, Ignacio Aldecoa, Raymond Carver, John Cheever, Alice Munro, Richard Ford, Soledad Puértolas, Carlos Castán o James Salter son algunos de los míos. Con un relato, uno solo, fue suficiente. Ya te habían atrapado para siempre. Y a ese relato, como a un poema o a un recuerdo que surge de repente y que te remite a un tiempo ya desaparecido, siempre regresas, tarde o temprano, inevitablemente. Con orgullo o como un náufrago, rendido y despojado ya de soluciones. Es cierto que no ocurre muy a menudo. Pero, cuando lo hace, llegas incluso a considerar que todo tiene algún sentido. El que la literatura le otorga a la propia vida. Simplemente. Sí, a veces ocurre. Todo, como siempre, es cuestión de paciencia. Y de perseverar en el empeño de la búsqueda. De las búsquedas. En plural. Mejor en plural.
Hace poco volvió a suceder. Llegó a mí uno de esos relatos. "Islandia", de Sergi Bellver. La historia me cautivó. Y el latigazo final y la silueta del lobo hicieron, cómo no, su aparición. Y sentí la urgente necesidad de leer el resto de los relatos que componen el primer libro de su autor, "Agua dura". Seré sincero: el temor a la decepción estaba presente. Era inevitable. Cuando uno lee un relato de la altura literaria de "Islandia", puede plantearse que los demás no estén a su nivel. Es cierto que ese relato es de los mejores del libro, pero también están "Propiedad privada", "El nudo de Koen" o "Los ojos de Sarah". O esos otros relatos breves -"La manada", "Señales de vida"- que te dejan la punzada de un afilado poema, acorralado una vez más. Todo el conjunto tiene una unidad y una indiscutible calidad literaria, pero ésos sobresalen con entidad propia. Historias bien construidas, brillantemente narradas, imágenes inquietantes. Imágenes de esas que perduran tras su lectura y que algún ávido director debería plantearse adaptar al cine. Ya sé que no están los tiempos sobrados de dinero, pero tampoco lo están de buenas historias. Dicho queda.
Si me permitís, colegas libreros, bibliotecarios y lectores en general, un consejo: no dejéis pasar por alto este libro. Dejadlo en vuestras estanterías, en vuestros escaparates, leedlo, recomendadlo (el 23 de abril y todos los demás días). Es un libro que te hace gozar y sufrir, ahondar en la complejidad de las relaciones y de los destinos, plantearte qué sentido tiene el viaje. Mientras esperamos la anunciada primera novela de su autor y la oportunidad de viajar a Islandia y recordar que una vez ya habíamos estado allí, cruzando Reikiavik de madrugada.

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