(Aquí están las palabras que pronuncié ayer en la presentación de mi libro).
Cuando el pasado año, más o menos por estas mismas fechas, publicaba mi anterior libro, “El extraño viaje”, llevaba una vida, digamos, sosegada (dentro del sosiego del que soy capaz, que tampoco es mucho, la verdad). Me levantaba temprano, escribía una o dos páginas de la novela que por entonces estaba escribiendo y que acabo de corregir definitivamente en estas últimas semanas, escribía mis artículos para diferentes revistas y, también, dos o tres columnas semanales en mi blog. Después, me iba a trabajar a la librería, recibía libros, los colocaba, ponía escaparates, charlaba con diferentes distribuidores y compartía momentos con mis compañeros de trabajo, con mis amigos, con mi familia, con mi pareja. Buscaba destinos para los próximos viajes; iba al cine o al teatro; asistía a conciertos, a exposiciones; daba largos paseos por ésta y por otras ciudades… Más o menos, cada cual con sus gustos y particularidades, lo que hace todo el mundo. Un mes y unos pocos días más tarde de aquella gloriosa presentación, de un modo sorprendente e inesperado, me comunicaron que la librería en la que estaba trabajando cerraría sus puertas a finales de año. De pronto, todo cambió. La estabilidad, económica y emocional, que otorga siempre un trabajo, se desplomó al rato de salir de aquel despacho donde me dieron la brutal noticia. Después de casi diez años de trabajo ininterrumpido, siempre rodeado de libros, pasaba a engrosar la lista de parados de este país. Uno más. Cosas de la crisis. Cosas de unos o de otros. O de todos, qué sé yo. Ese uno más era yo. En ese momento, no me importaban los culpables. Me importaba el hecho de enfrentarme a algo tan espantoso como es no tener trabajo. El mismo año en que cumpliría cuarenta años (acabo de cumplirlos), me quedaba en la calle, con una mano delante y otra detrás, como suele decirse. Nadie dijo que la vida fuera fácil. Absurda, a veces, sí. Maravillosa, otras, también. Pero fácil, casi nunca. Ahí estaba yo, el 2 de enero, minutos antes de las 9 de la mañana, en la cola, ya bastante numerosa, del INEM. Perdido, desorientado, desconcertado, angustiado, muy enfadado. Años atrás, había estado en el paro, sí, como todo el mundo, pero entonces no tenía cuarenta años, un montón de canas en el pelo, muchas cosas que sostener. Todo el mundo te dice: no te preocupes, algo te saldrá, ahora es un buen momento para ti, mi hermano, mi mujer, mi cuñada están en la misma situación… Y tú piensas que el mal de muchos nunca es consuelo. Ahí estaba (ahí sigo), con 24 horas diarias por delante. Lo importante, como me recomendó Elvira Lindo cuando se lo comenté, es organizarse. Tener algo que hacer cada hora. Tarea difícil. Pero no quedaba otra. Y me organicé. Sólo quedaban dos opciones: organizarse o caer en las garras de la apatía más absoluta o de algún paraíso artificial no demasiado recomendable. De eso nada. De momento, pensé, vamos a organizarnos. Y seguí escribiendo. Como llevo haciendo toda mi vida. Mi novela y mi blog me tenían unas cuantas horas ocupado. Mientras lo hacía, mientras continuaba escribiendo, comenzaron a llegarme numerosos correos de todos los rincones del país, sobre todo del País Vasco y de Cataluña, esas dos tierras que tanto me gustan y a las que vuelvo siempre que puedo, diciéndome lo mucho que les había gustado mi libro, lo identificados que se sentían, hombres y mujeres, al leer mis palabras. La vida casi nunca es fácil, como dije antes, pero a veces tiene regalos maravillosos como ése. No todo es siempre blanco o negro de forma radical. Que la gente se identifique con lo que escribes, que viva tus historias como si fueran suyas, es uno de los propósitos de los que nos dedicamos a este hermoso oficio, el de escribir. Mi amigo, el poeta José Luis Piquero, habló en la reseña que hizo del libro de una especie de retrato generacional. Algo de eso había, sí. Y muchas de esas personas así me lo hacían llegar. Seguí llenando el blog de cosas: de recuerdos, de historias del pasado, de la infancia, de la adolescencia, de mis viajes, de recuerdos, de anécdotas, de historias inventadas, de obras de teatro, de músicas, libros y películas. De rostros famosos y de rostros anónimos. Y parte de todo ello está hoy aquí, en este libro, en estas ventanas desde las que me asomo cada mañana a todo aquel que quiera leerme para mostrarle las cosas que conforman mi mundo. También están aquí esas otras historias que yo veía asomado a la ventana de la casa de mis padres, a la mía propia, o a la de los hoteles en los que nos hospedamos cuando vamos de viaje. La vida está ahí, casi al alcance de la mano, y a veces parece que reclamase ser contada por nosotros, los que observamos. Pocas cosas me gustan más que eso, que asomarme a una ventana y observar el mundo, las vidas que pasan, dejar volar la imaginación, darle forma y plasmarla en un papel. Como este que hoy está aquí, ya en forma de libro, y que quiero compartir con todos vosotros de manera especial. El viaje, esta vez, empieza en Manhattan y termina en Brooklyn, en un Brooklyn en blanco y negro, que es el Brooklyn de mi amigo el escritor Hilario Barrero y que es un poco también el mío. Por el medio, algunos lugares donde fui feliz y otros donde no lo fui tanto. Personajes constantes en mi vida y otros que van y vienen porque la vida es, sobre todo, eso: un ir y venir continuo, un caer y levantarse, una búsqueda. Y en eso estamos. Tengo que dar las gracias a mi editor, Inaciu Iglesias, porque, aunque ya no podemos seguir bailando en aquella librería que con tanta ilusión y tantas ganas abrimos, lo seguimos haciendo con estos libros, los míos, en las manos. A mis compañeros y amigos Esther Prieto y Samuel Castro por su trabajo y por estar siempre pendientes de cualquiera de mis peticiones en todo lo referente al libro y también en lo referente a mi vida personal, que es aún más de agradecer. A Marta Magadán y a Azucena Vence por su complicidad y su amistad. A Maruja Torres, por su infinita generosidad, su ternura y su ironía. A todos los que me leéis. Y quiero, si me lo permitís, dedicar vuestro aplauso final a toda la gente que este año me ha hecho reír, porque, al final, yo siempre termino por reír. No queda otra. Y esta vez también lo he hecho porque es la mejor manera de salir adelante. A todos ellos, gracias. Y muy especialmente a las tres personas que me apoyan incondicionalmente: mis padres y mi marido, Íñigo. Y a todos vosotros por estar aquí esta tarde, también. Una vez más, muchas gracias.
Estuve en la presentación. Fue maravillosa. Sentimiento,delicadeza, educación, todo ello embargado por un excelente escritor, muchas gracias
ResponderEliminar¿Qué pasó? Preguntabas, Ovidio en Facebook al leer mi comentario sobre una librera que lloraba.
ResponderEliminarExtrapola ese llanto de impotencia a tus sentimientos cuando cerraron tu librería. Llegué en el preciso instante en que la librera redactaba, entre lágrimas, una circular comunicando a sus fieles lectores, amigos, etc. que no podía resistir; que iba a cerrar en un mes. Quedé impresionado. Yo iba a presentarle mi novela, esa novela premiada con el Noega del que tú fuiste jurado. La mujer, profesional al fin, aún tuvo el coraje, de interesarse por mi trabajo, por invitarme a dejarlo en la librería el mes que le falta para cerrar. En fín, amigo. La tristeza, la impotencia. Con Mayúsculas. Un abrazo, Paco
Amigo, no tengo más remedio que quitarme el sombrero ante ti, abrazar al viento por si éste quisiera llevarte el calor de mis brazos y decir, que siempre, desde ahora, tienes a una lectora incondicional, que aprende de ti y que ya tiene "Ventanas compartidas" entre sus libros de cabecera.
ResponderEliminarUn beso especialmente cariñoso.
Me embargo la emoción desde el momento en que la preciosa voz de Azucena lleno la sala repleta de entregados lectores, ayer escuchantes.
ResponderEliminarMe embargo la emoción y la sonrisa con la Nancy preciosísima y vestida para la ocación como una princesa.
Suscribo cada una de las palabras que se dijeron ayer: "retrato de una generación" "hay que organizarse" no hay que caer en el desánimo.
A veces, cuando todo se torna negro hay que intentar verlo gris, porque nada es negro, ni blanco del todo y de tu situación actual, tú saldrás reforzado y nosotros bendecidos con los frutos de tu trabajo.
Querido Ovidio, te admiro y te envidio porque haces lo que quieres, te gusta lo que haces y así, de esa forma, eres feliz. (Me gusto mucho lo que dijo al respecto tu editor) Te deseo muchos éxitos como escritor, pero ayer entre tantos admiradores y tantos amigos, descubrí que tu mayor éxito es disfrutar de la vida junto a los que quieres y te quieren.
Me quedaron un montón de preguntas por hacer, tengo muchas, muchas ganas de tener esa novela en pañales en mis manos y saber si eres capaz de despertar en mi los mismos sentimientos que tus relatos cortos. Estoy segura de que así será.
Espero que haya muchos momentos como el de ayer para compartir.
Un beso muy fuerte
Ayer he descubierto que detrás de un gran creador no siempre tiene que haber un ser vanidoso y soberbio. Ayer, fue una gran lección, pudimos ver un a un gran autor humilde y sencillo, llano y modesto, uno de los nuestros... Fue muy emotivo. Saldrás adelante, el éxito está contigo y todos nosostros también.
ResponderEliminarMe dio mucha pena no poder comprar tu libro ayer.Yo tambien estoy al paro y no puedo permitirme gastos superfluos. Te comprendo y te animo a seguir adelante, pues tu voz que se escucha vigorosa y rotunda cada vez mas en todas partes ha de servir para denunciar esa lacra que es el paro.
ResponderEliminarSalud camarada
Estimado Ovido
ResponderEliminarQuería felicitarle por el éxito de la presentación de ayer. No sólo estaba la sala abarrotada de gente sino que fue todo muy bonito y emotivo y el detalle de la Nancy fue muy simpático. En parte tengo que reconocer que por un lado me hubiera gustado que hubiera menos gente para poder hablar un poco más con usted e incluso presentarme, ayer con toda la gente que estaba esperando que les firmara el libro no me atreví a robarle más tiempo, en fin, será en otra ocasión. Le deseo mucha suerte con el libro y espero que se solicione pronto su situación laboral.
Un saludo
Greta
Me alegran mucho tus éxitos Ovidio.Un abrazo.
ResponderEliminarFue todo perfecto, pero me quedo con esta frase:
ResponderEliminar"Y quiero, si me lo permitís, dedicar vuestro aplauso final a toda la gente que este año me ha hecho reír, porque, al final, yo siempre termino por reír"...Porque es cierto que a tu lado es imposible no reír, y porque nuestro reencuentro estuvo repleto de aquellas sonrisas y carcajadas de antaño. Queda pendiente Carla Tortelli, creo recordar que mi especialidad era el pájaro loco, qué horror.