No pudo ser. La casa es demasiado pequeña y las circunstancias no indican que vayamos a cambiar próximamente a otra. ¿Uno más en la familia? Ya digo: no pudo ser. Una lástima. Otra vez será. Pero qué pena nos dio dejar allí a un posible nuevo miembro de la familia. Eran tres gatos diminutos, casi recién nacidos, que dos chicas, en El Fontán, una agradable mañana de sábado de este noviembre insulso, regalaban a quien quisiera llevárselos a casa. Ellas ya tenían a la madre (una hermosa gata persa, según contaban, que se vio inesperadamente sorprendida una noche de calor por un gato que pasaba por allí) y a uno de los pequeños gatos de la camada. Cogí uno de ellos. El que, de habernos animado a traerlo a casa, hubiese venido con nosotros. Lo supe nada más verlo: el más indefenso, el más asustado, el que menos disimulaba el miedo que había en sus ojos. En mi mano, encontró el calor que andaba buscando. Se agarró con sus diminutas patas a la chaqueta, mientras le acariciaba la cabeza: parecía estar a gusto allí. Lo mismo que aquella mañana en que nos hicimos con Francesca. Supe enseguida que iba a ser ella la que vendría a casa con nosotros. Casi con la misma rapidez que ella se acostumbró al calor de nuestras manos. En El fontán, rodeados de gente que se acercaba a ver a los gatos, una mañana de noviembre, dudamos un buen rato, calibramos, reflexionamos, pero, finalmente, no pudo ser. El espacio es el que es. ¡Menos mal que aún no nos habíamos tomado los vinos del aperitivo! De haberlo hecho, ya estaría aquí. Pobre gato. Qué lío se hubiese formado. ¿Qué reacción hubiese tenido Francesca, acostumbrada como está a ser la reina absoluta de la casa? ¿Qué hubiese hecho al vernos llegar con aquel diminuto y precioso gato en una de las cajas de cartón que aquellas chicas tenían dispuestas? Siempre nos quedará la duda. Pero no es difícil adivinar que hubiese abandonado la posición que adopta sobre la cama (que es donde habitualmente la encontramos cuando llegamos de la calle), muy parecida a la de Elizabeth Taylor en algunos planos de "Cleopatra", y hubiese sacado las uñas como la propia Elizabeth Taylor en "La gata sobre el tejado de zinc caliente". Como siempre hace cuando Nati o mi hermana o cualquier otra chica vienen por casa y les hacemos alguna demostración de cariño. La veo ahora, a Francesca, mientras escribo, adormilada sobre el sofá, entre los nuevos libros de Elvira Lindo, de Siri Hustvedt y de Laura Freixas y los periódicos del sábado, dueña de sí misma y de todas las situaciones, y pienso en ella cuando llegó a esta casa, asustada, temblorosa, tratando de escabullirse constantemente entre los cojines del sofá. Dos años y pico atrás ya. ¡Cómo pasa el tiempo! De repente, me mira y se incorpora y, como todos los días cuando llevo un rato delante del ordenador, se acerca a mí y coloca sus patas delanteras sobre mis piernas para que la suba al cuello. El ritual es siempre el mismo: contemplará lo que acabo de escribir haciendo como que realmente lo está leyendo, husmeará la taza de café vacía, lamerá el borde y se sentará sobre la mesa, al lado del ordenador, ajena por completo a la posibilidad de haberse encontrado hoy con otro gato en su espacio, esperando a que termine de escribir y le haga un poco de caso. Un poco más, quiero decir.
Francesca, probablemente, como casi todas las mujeres, habría defendido su territorio con las uñas afiladas, habría acaparado para sí vuestras caricias, vuestra atención, vuestros mimos, habría dejado muy claro que ella era la señora de la casa mientras que, el nuevo inquilino, tan sólo un intruso. Aún así, también, sospecho, que pasado un tiempo no demasiado largo, lo aceptaría como uno más de la familia.
ResponderEliminarUna vez más, la sensibilidad de tus palabras, calan en mi corazón.
Un beso, amigo.
Yo también paso ganas de llevarle un compañero a Lola, pero luego reflexiono y pienso que es complicarse la vida y complicarsela a ella que ahora goza en exclusiva de los mimos de todo la familia, de todos mis amigos, de todos los hijos de mis amigos... vamos que es la reina de la casa y la reina de la fiesta siempre.
ResponderEliminarSólo la personas que tienen compañeros de piso de cuatro patas son capaces de entendernos. Y es que no hay dinero que nos pagué lo mucho que nos dan para lo poco que reciben (en general)
Hoy al ir para casa vi a un energúmeno paseando con el carrito de su bebé y su perro, y como el perrín no quería caminar, se cago en su p... madre y le pegó una patada... me indignó... me indignó por dos razones:
la primera por el maltrato que suponía el acto en sí del individuo, pero la segunda por el ejemplo que le está dando a su bebé que iba en el carrito. De aquellos polvos tendremos estos lodos... sin comentarios
Besos para todos
Debe ser eso de "donde caben dos caben tres", porque si por mí fuera ya tendría toda una colección de Bonis en casa, pero a veces hay que hacer uso de la razón y seguir mimando a nuestras únicas reinas, al igual que lo hacen con nosotros
ResponderEliminar