La vida es cruel en la tierra. Eso lo sabemos todos y eso es lo que dice en un momento dado la protagonista de esta película, la última de Lars Von Trier, "Melancolía". Asistimos, de entrada, casi a trompicones, a una ceremonia, la de la boda del personaje interpretado por Kirsten Dunst, rodeada de esa panda de idiotas donde la más cuerda parece ser la madre, curiosamente el personaje más antipático de la función (¡cómo se va pareciendo físicamente la siempre soberbia Charlotte Rampling, tantos años después de aquella mítica imagen de "Portero de medianoche" con la que se dió a conocer, a Bette Davis cuando tenía sus mismos años: y demuestra, una vez más, Charlotte, a las claras, que no hay intérprete pequeño -cuando el talento es inmenso- pese a la brevedad del papel). A veces, esa parte, irrita, cansa, agota, va y viene, tarda en situarse, en situarnos. Pero lo hace, finalmente: nos sitúa. Y ahí, cuando empieza la segunda parte, ya situados, viene lo mejor de la película, un Lars Von Trier excepcional. Los planteamientos filosóficos, las dudas existenciales, los temores, las angustias, el mundo que se puede escapar en cualquier momento... El personaje de Kirsten -su melancolía, su miedo, su tristeza, su dolor, sus problemas para enfrentarse a la vida, sus altibajos- ya está plenamente ubicado y el de su hermana, la fascinante Charlotte Gainsbourg, adquiere una relevancia y un desarrollo que en la primera parte reclamaba casi desesperadamente. El planeta que se va a destruir -o no-, que va a ser devorado por otro planeta -o no-: sólo al final lo sabremos, aunque lo vayamos intuyendo desde el principio, en las imágenes previas a las de la boda, con los novios, la madre de ella y la panda de idiotas. Los temores, las incertidumbres, la existencia que pasa por delante casi a la misma velocidad con la que ese otro planeta planea devorar a la Tierra. Todo eso está ahí: en el ritmo, en los rostros de las dos hermanas, en el de Kiefer Sutherland (espléndido), en el caballo que se detiene y que no quiere seguir su carrera, en la imagen de Kirsten, reproduciendo otra imagen, río abajo, el vestido de novia arrastrado por la corriente, despojado de todo su esplendor inicial... Ya no hay sonrisas en la boca de la novia: sólo desolación: ésa es la palabra. El fin del mundo, la hecatombe, las reflexiones entre medias, antes de todo eso. Lars Von Trier que recuerda ahí, a ratos, al de su mejor obra, "Rompiendo las olas". Y Kirsten y Charlotte, la Gainsbourg, en constante estado de gracia. La primera se llevó el premio en el último festival de Cannes, pero la otra no se queda atrás en ningún momento. Las miradas, la complicidad, la compasión de una hacia la otra y de la otra hacia la una, finalmente. Un trabajo, sostenido en dos voces, dos miradas, perfecto, soberbio. De los que más vale no perderse. Una película desigual, impactante y recomendable. Y que, durante su proyección, hace que nos olvidemos de las sandeces filonazis (provocación barata y peligrosa) que su director dijo en el pasado festival de Cannes. Lo que, bien mirado, no es poco.
maravilloso, genial, conmovedor.
ResponderEliminarEres un artista
La descripción que haces de la película en el relato, se parece mucho a la vida: Caminamos siempre en dos direcciones, lo que pasa y lo que vemos que va a venir.
ResponderEliminarMuy bien escrito.
Besos
EXCELENTE DE DIEZ.
ResponderEliminarNos trasmites tanto Ovidio...
Gracias