El hombre y la mujer están ahí, sentados en el sofá de su casa de Nueva York, hojeando una revista, esperando. Están esperando -nerviosos, intranquilos, excitados- al hijo de ella, hijastro de él, Miguel, joven ilustrador, que viene del otro lado del mundo. Están deseando verle. En el nerviosismo de la espera está presente eso tan común en la mayoría de los padres españoles: no asumir del todo que los años van pasando y que el joven que viene de camino no es el niño de entonces, el que vivía con ellos, el que criaron junto a sus otros hermanos. El joven atraviesa Nueva York sin problemas y llega a la casa. Ya juntos, madre e hijo, escritora e ilustrador, fantasean sobre la posibilidad de escribir e ilustrar respectivamente un libro sobre lugares de Nueva York. Ya tienen el título, sí: "Lugares que no quiero compartir con nadie". Ahora ya tenemos el libro: escrito e ilustrado. Aquí está. Una pequeña joya. Pero la historia que bien podría empezar ahí, no lo hace así. Comienza con un viaje, en metro, a Queens. Comienza con un sentido del humor muy propio de Elvira Lindo, que no se pierde en ninguna de las partes del libro, lo que es muy de agradecer. Un sentido del humor fino y elegante y un punto irónico, que a veces te hace sonreír y otras, reír a carcajada limpia. El sentido del humor como pieza indispensable para enfrentarse al caos que a ratos supone vivir. La escritora lo sabe bien. No es, Elvira, un personaje de Woody Allen, pero podría serlo perfectamente, sin olvidar, por supuesto, sus raíces, la procedencia, el país de origen. La ansiedad y los miedos, provengan de donde provengan los motivos, no conocen límites ni nacionalidades. Bien lo sabemos algunos. El jazz y otras músicas, las copas, las comidas, la literatura, el arte, el trabajo, las largas caminatas, las charlas con los amigos y la vida en pareja ayudan a mantenerlos alejados. Éste no es un libro de viajes, no es una guía sobre Nueva York. Es mucho más que eso: es el diario de una mujer que escribe, que le gusta la vida y que se pasa medio año en esa ciudad, Nueva York, de enero a junio, desde que el frío muerde con intensidad hasta que estallan los calores y la ciudad puede llegar a tener aquel ambiente axfisiante de las mejores obras de Tennesse Williams. No es lo mismo visitar la ciudad, por muchas veces que lo hagas, que vivir en esa ciudad (esto ocurre con cualquier lugar, en realidad: quizá, en Nueva York, al estar todo tan magnificado, suceda de un modo superior), Elvira nos lo deja claro, sin restar por ello un ápice de interés al hecho de estar allí seis meses al año. Siempre hay algo nuevo que descubrir. Un rincón, una panadería, una persona... Porque a Elvira, casi me atrevería a decir que sobre todas las demás cosas, lo que le gusta de verdad es observar. Observar la vida que transcurre a su alrededor: las gentes, las situaciones, las diferencias entre unos y otros, las cosas que nos unen... Sentarse y observar, entre el ir y venir de la gente, y escuchar. Atrapar el hallazgo, mostrárnoslo. Y ninguna ciudad para hacerlo como esa, Nueva York, "una ciudad abierta, que tanto el turista como el habitante se construye a su manera". Los parques, los museos, los cafés, los restaurantes, las calles, los puentes, las librerías, los emblemáticos hoteles, las leyendas de cada uno de ellos... Cada persona, tendrá los suyos, sus favoritos. Elvira nos habla de los suyos. Y al hacerlo, los convierte un poco en los nuestros. Eso es lo grande de la literatura, de la buena literatura.
Decía Terenci Moix en la primera parte de sus memorias algo así como que ningún cuerpo vale lo que su fantasía, ninguna ciudad lo que su literatura y ningún amor lo que la idea del amor. Durante algún tiempo suscribí esa frase. Hace años que ya no lo hago. Me atrevería a afirmar, después de leer este libro, que Elvira tampoco lo haría. Se ha escrito mucho sobre Nueva York, pero creo que la ciudad está a la altura de las circunstancias: de su literatura.
Un libro maravillosamente escrito, que demuestra -una ocasión más- que en las pequeñas cosas, por insignificantes que nos puedan parecer, están las cosas realmente importantes de esta vida. Un libro para perderse una y otra vez en él, para saborearlo despacio, para disfrutarlo tanto como nos imaginamos que su autora disfrutó escribiéndolo. Para anotar y recrearnos en esos lugares que, no queriendo compartir con nadie, Elvira comparte con todos nosotros, sus lectores. Un libro delicioso que, lejos de cualquier ligereza, nos muestra una vida, la suya, la de la autora, y un amor que no puede encontrar mejor definición que en el título del último capítulo: "Donde estés tú, está mi casa". Donde estés tú, literariamente hablando, estará la nuestra, Elvira.
Decía Terenci Moix en la primera parte de sus memorias algo así como que ningún cuerpo vale lo que su fantasía, ninguna ciudad lo que su literatura y ningún amor lo que la idea del amor. Durante algún tiempo suscribí esa frase. Hace años que ya no lo hago. Me atrevería a afirmar, después de leer este libro, que Elvira tampoco lo haría. Se ha escrito mucho sobre Nueva York, pero creo que la ciudad está a la altura de las circunstancias: de su literatura.
Un libro maravillosamente escrito, que demuestra -una ocasión más- que en las pequeñas cosas, por insignificantes que nos puedan parecer, están las cosas realmente importantes de esta vida. Un libro para perderse una y otra vez en él, para saborearlo despacio, para disfrutarlo tanto como nos imaginamos que su autora disfrutó escribiéndolo. Para anotar y recrearnos en esos lugares que, no queriendo compartir con nadie, Elvira comparte con todos nosotros, sus lectores. Un libro delicioso que, lejos de cualquier ligereza, nos muestra una vida, la suya, la de la autora, y un amor que no puede encontrar mejor definición que en el título del último capítulo: "Donde estés tú, está mi casa". Donde estés tú, literariamente hablando, estará la nuestra, Elvira.
Cada mañana de domingo recién comprado el diario EL PAÍS, lo primero que hago, delante del café con leche, es abrirlo por el suplemente Domingo y leer el artículo de Elvira. Ahora, cada día, lo primero que hago cuando enciendo el ordenador es buscar tu blog. Me siento muy afortunada por las cosas que la vida me brinda: maravillosas.
ResponderEliminarUn beso, amigo.
Ovidio pareces un neoyorquino más.
ResponderEliminar¡Cuánta nostalgia de los doce años que pasé en esa ciudad fascinante e inolvidable!