lunes, 14 de noviembre de 2011

Lo que viene después

Le veo ahí, tumbado en el sofá rojo que compramos al día siguiente de venir a vivir a esta casa, adormilado tras la comida, traspuesto por esa gripe impertinente que se instaló con nosotros hace días y que no quiere irse, y pienso qué sería de mí en estos tiempos tan complicados sin él, sin esa templanza suya que encaja perfectamente con mi nervio siempre acelerado e inquieto. Las rosas que nos regaló Asmaan ya están marchitas, algunos de los pétalos amarillos se han desparramado sobre la estanterías y aquel delicioso olor de los primeros días se ha convertido en un olor casi nauseabundo, como el de los cementerios semanas más tarde de la jornada de Todos los Santos. Ese triste olor, el de los cementerios cuando ya se van quedando solos, es un poco el de esta ciudad en estos meses, donde las tiendas y los cafés están vacíos, las calles desiertas, las carteras arrasadas después de pagarle al ayuntamiento el temible IBI (aunque no seas propietario de la vivienda, como es nuestro caso), la resignación fuertemente instalada en las gentes, en sus rostros y en sus expresiones. Parece como si hubiese miedo a salir, a gastar, a divertirse, y es lógico. El que no está al paro, ve cómo su sueldo se ha rebajado considerablemente (o desaparecido, en algunas situaciones) y cómo su puesto de trabajo se tambalea antes del desenlace final. Hoy nos enteramos del aviso que le han dado a otro amigo: en quince días, a la calle. Y también de lo mal que lo está pasando otra amiga que ve cómo ese aviso llegará en breve. Impotencia, rabia, asco, angustia, decepción. Y encima tendremos que ir a votar con nuestras mejores sonrisas y a seguir peleando, qué remedio (ya claman las voces más cavernarias del PP para que Rajoy, cien días después de llegar al poder, retire la ley del matrimonio homosexual: qué pesadez de gente, siempre con lo mismo, siempre contra los mismos). Leo, mientras él duerme, los estupendos poemas de Vanessa Gutiérrez, que acaba de hacerme una entrevista para su programa de televisión, publicados en edición bilingüe por Trea: "Pobre inocencia que mira/ deslumbrada/ la inmensidad de la vida/ que viene dispuesta a comer./ Para mí quisiera yo sus ojos/ que no ven/ cómo se va dilatando el mundo/ camino de romper". El título de la recopilación habla por sí mismo, "La quema". Dos palabras casi premonitorias. No hay que dejarse llevar por la melancolía o la derrota, pero ¡qué cansancio y qué hastío produce todo! Y como no hay que hacerlo, dejarse vencer antes de tiempo, decidimos pasar la tarde en Gijón, que siempre es un respiro, un poco de aire fresco, una buena manera de alejarnos del vértigo. Leo, antes de irnos, un último poema de Vanessa: "Vivo como si hubiese vivido,/ siguiendo unos pasos/ que adivino como sombras./ Con la prudencia/ del que supone/ lo que viene después/ y no le gusta". En el coche (donde nos enteramos de la muerte de la gran María Jesús Valdés, esa actriz que combinaba a la perfección dulzura, voluntad y honda sabiduría y que se acercaba a sus personajes casi de puntillas para después hacerse con ellos plenamente, como si fueran una prolongación de sí misma: su voz habitada ya por esas otras voces), sigo dándole vueltas al poema y pensando que no, que tampoco me gusta lo que vendrá después.

3 comentarios:

  1. Querido Ovidio.
    Yo que por naturaleza soy optimista y de risa fácil, no sé si ésta vez puedo proclamar una de mis máximas favoritas: "lo mejor está siempre por llegar". Entran tus palabras hasta mi interior, preludiando lo que posiblemente está por consolidar: una bonita amistad. Pasa tu sensibilidad por mi alrededor y le veo a él, sentado en sillón, esparciendo tranquilidad y sabiendo que, sin ti, en estos momentos, su vida no sería lo mismo.
    Besos.

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  2. Yo tambien puedo ver la escena, la gata que duerme en el sofá, el humeante café de la mañana... la paz
    Bien descrito si señor

    Un abrazo

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  3. Gijón como tabla de salvación, yo también lo veo muy claro, cada vez lo entiendo más y mejor. Gijón abierta, la mar, el aire,... incluso la galerna, si la hubiera. Hay una atmósfera diferente. La ciudad está menos enrarecida.
    El paseo, la gente andando, corriendo, yendo en bici al final del día. Bendito Paseo de San Lorenzo.
    El centro de Gijón no está tan desolado como el de Oviedo: decadente y en crisis, uno tras otro cierran nuestros comercios más emblemáticos, algunos no sé como resisten...
    Sin embargo, pienso, creo que lo que venga despúes no tiene porque ser peor, lo creo firmemente, me agarro a la esperanza, al optimismo, a la positividad... mientras una brisa fresca que ayer fue viento huracanado en mi montaña, agita las cortinas de mi habitación en este noviembre raro y a deshora, como todo últimamente.

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