La historia es bien conocida. El 28 de junio de 1969 un grupo de gays estaba tomando tranquilamente una copa en su bar de siempre, el Stonewall Inn, situado en el Greenwich Village de Nueva York, esa ciudad que acaba de aprobar estos días el matrimonio entre personas del mismo sexo. La policía, como ya había hecho más veces, entró arremetiendo contra ellos por el simple hecho de ser gays y de estar allí reunidos. A diferencia de esas otras veces, aquellos gays, hartos de aquellas injustas redadas, se enfrentaron a la policía, les plantaron cara. Desde entonces, el 28 de junio es el día en que se celebra el Orgullo Gay en todo el mundo. En los lugares donde puede celebrarse, que en otros muchos, como se sabe, la homosexualidad aún está ferozmente perseguida y condenada a muerte. Tengo un amigo que ronda ahora los sesenta años. Cuando hablamos de esto, siempre nos recuerda cómo, en esta misma ciudad, Oviedo, no hace demasiados años, la policía entraba en los bares de ambiente y se llevaba en el furgón a los hombres que estaban allí tomando su copa pacíficamente. Él, que vivía con su abuela en un pueblo de los alrededores, siempre les pedía a los policías que le dejasen llamar a la anciana para que no se preocupara por su tardanza. Nunca le permitieron hacerlo. Muchas veces, los tenían en la comisaría hasta el día siguiente. Otras, los dejaban marchar al cabo de un rato. Supongo que dependía del policía de turno o de su estado de ánimo. Cada vez que salía a tomar una copa, estaba presente la posibilidad de acabar en el calabozo. Sin remontarnos tan atrás en el tiempo, hace unos pocos meses, Íñigo y yo salíamos de La Santa, ese local imprescindible para comprender las manifestaciones culturales y nocturnas de esta ciudad. Un grupo de jóvenes, al vernos salir de allí, comenzó a arremeter contra nosotros. Serían unos quince o veinte, bien cargados ya de copas. Nos encaramos a ellos y comenzó la valiente agresión: quince o veinte contra dos. Llamamos, como pudimos, a la policía y ni siquiera contestó el teléfono: debía de andar muy ocupada aquella noche. Al cabo de un rato, gracias a unos colegas que pasaban por allí, logramos librarnos de aquellos energúmenos. De regreso a casa, un par de aquellas niñatas vestidas al estilo hippie-doscientos euros cada prenda y con móviles de última generación en sus manos, desde un taxi, nos localizaron y, a través de la ventanilla, no del todo satisfechas -al parecer- con su anterior intervención, empezaron a llamarnos maricones. La historia clásica. Tan clásica como cansina. Sobretodo, cuando uno va cumpliendo una edad y lleva toda su vida escuchando la misma perorata. Han pasado 42 años desde aquellos enfrentamientos en el Stonewall Inn, han cambiado muchas cosas (creo que, al margen de otras cuestiones políticas, los homosexuales y todos aquellos que están de nuestro lado, no deberíamos olvidar la férrea posición que mantuvo Zapatero con respecto al matrimonio gay en este país, esa ley aprobada a las pocas semanas de alcanzar el gobierno y recurrida ahora por el Partido Popular), sí, pero aún queda mucha lucha, muchas conciencias que revisar, muchas mentalidades que abrir. Y a todas esas personas que proclaman lo absurdo de celebrar un día del Orgullo Gay (donde la celebración se mezcla con la reivindicación), que por qué no -dicen- un día del Orgullo Heterosexual, les diría que yo estaría encantado de no tener que seguir reivindicando mis derechos y que seguramente ellos celebrarían y reivindicarían su día en el mismo momento en el que saliesen de un bar con su pareja un viernes por la noche y un grupo de encolerizados comenzase a insultarlos y golpearlos repetidamente por el hecho de ser heterosexuales. No hay más que ponerse en la piel del otro, aunque sea por un momento, y las cosas ya se van viendo de otro color. Y termino como empecé, en el Stonewall Inn, rememorando aquella tarde en la que entramos por primera vez y sentimos esa punzada que se siente en el estómago al entrar en lugares donde han sucedido cosas importantes, hechos que cambiaron el rumbo del mundo.
Me pongo en vuestro lugar, el de Iñigo y el tuyo, estas cosas hace que sienta vergüenza de ser heterosexual.
ResponderEliminarQueda muchísisisisisimo que hacer, sobre todo, en el tema de educación, tanto en las familias como en los colegios.
A mi nadie me dijo que tenía que aceptar lo diferente, sin embargo siempre recuerdo a mi madre contarnos la historia de un amigo suyo que se suicido en los 70 por temas de desamor homosexual. La historia, que mi madre contaba como que a su amigo le había dejado su novio por otro, imagino tendría un trasfondo de clandestinidad, sufrimiento, de no aceptación, de intransigencia,... vamos la historia que se repite una y otra vez.
Vamos a seguir trabajando por la normalización y vamos a seguir aceptando al diferente, no sólo a los gays (of course) y vamos a disfrutar de la parte más divertida del día del Orgullo Gay.
Un besín
Bea
la aprobación del matrimonio homosexual ha sido del Estado de Nueva York, no de la ciudad
ResponderEliminarPues yo soy más partidario de abolir cualquier forma de matrimonio
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