Un anillo en un dedo no significa gran cosa. Se trata sólo de algo estético: más caro o más barato, más grande o más pequeño, más bonito o más feo. Lo que hay detrás, lo que simboliza, sí. Ésa ya es otra historia. El anillo, grueso y de plata, que va en uno de los dedos de mi mano derecha, no está ahí desde el año pasado, cuando tal día como hoy nos casamos en el ayuntamiento de una de nuestras ciudades preferidas, Gijón, sino que va conmigo desde aquella lejana tarde en la que decidimos comprometernos. Ah, el compromiso. Qué poco se lleva esa palabra. Qué mal se utiliza. Qué importante es, pese a todo, pese a estar tan ninguneada, tan pisoteada, tan olvidada. El compromiso con la familia (la propia o la que uno escoge libremente, o con ambas), con los amigos, con los trabajos, con la pareja, con uno mismo, con la propia escritura... Aquella tarde, la que decidimos comprometernos, estábamos en París, donde pasamos una semana entera, de lunes a lunes. El primer viaje que hicimos juntos, París. Necesitaría algunas páginas para describirla: sus calles, sus olores, sus gentes. Ese punto exacto de elegancia, literatura, sofisticación y decadencia. Nada le sobra, nada le falta. Una ciudad -otra- a la que habrá que volver. Acabábamos de comer y vimos esos anillos, los dos en plata, uno más ancho que el otro, en una lujosa joyería enfrente de aquella terraza. Eran unos anillos caros (en París, ¿qué no lo es?), pero el vino que nos habíamos tomado -un excelente Burdeos- con la comida ayudó a disipar las dudas en menos de un minuto. Desde entonces, están en nuestros dedos. Dos anillos de plata, uno más ancho que otro. Como algo estético, sí, y, también (y esto es lo más importante), como símbolo de un compromiso, el nuestro, libremente escogido. Cuatro años de compromiso. Lo más hermoso de este tipo de compromisos, a diferencia de otros que te vas encontrando por el camino, es la libertad con la que los escoges. El viaje nunca es sencillo: siempre por asuntos externos, ajenos a nosotros, todo hay que decirlo. La vida tampoco lo es, ya lo sabemos. Pero es hermoso, muy hermoso, compartirla juntos. Dos en la carretera. A ratos, el viaje es melancólico como un domingo por la tarde, por diferentes motivos, como lo era aquella película (maravillosa) de Stanley Donen, con Audrey Hepburn y Albert Finney. Casi siempre, divertido, lleno de momentos gloriosos por los que brindar, hay que tratar de ser positivos, que el ánimo y las ganas (por todo) no decaigan nunca. Nunca. Dos en la carretera. Contemplando la vida, dejándola pasar, riéndonos con ella, disfrutándola plenamente, resistiendo sus pulsos, sus extravagancias. El misterio del amor. No hay otro igual.
Yo pienso, a veces, que el amor es un invento, otras veces pienso que es un milagro, otras veces... otras veces... otras veces... al final siempre es un misterio, se transfigura cuando estás a punto de entenderlo. Un alquimista, creo. Un saludo, es lindo el texto.
ResponderEliminarOh! eres tan románico, Ovidio! Nunca has pensado escribir una novela rosa? Ya sé que para un escritor de tu talla puede parecer poca cosa, pero... pareces saber tanto del amor!
ResponderEliminarTe felicito, Ovidio . Es un texto delicioso y una esperanza para los que no hemos tenido la suerte de vivir un amor tan romántico, intenso, y porque no decirlo glamoroso, con Paris como escenario nada menos. Eres una joya y un lujo tu también para este domingo gris y triste, lleno de malas noticias en Siria, Libia y otros países del mundo. Más amor y menos conflictos
ResponderEliminarEs tan hermoso. Estoy casada desde hace 30 años y creo como usted que el matrimonio es la casa natural del amor, del verdadero compromiso, de la familia y por que no de un mundo mejor. Les deseo muchos años de ese amor verdadero que nos llega y nos cambia para siempre con ese mágico misterio del que habla . Aun soy novata en este mundo de internet pero espero tener algun día el placer de conocerle y seguirle a partir de ahora tanto como mis habilidades me lo permitan.
ResponderEliminarMaría del Carmen Llaneza
creo que los comentarios destilan unanimidad en lo escalofriante, lo bello, lo esperanzador de estas letras tuyas,
ResponderEliminargracias por iluminar un nuevo día
¡Gracias! Gracias, gracias y mil gracias. Cuando pensaba que mi matrimonio había llegado a su fin y ya no quedaba nada por lo que mereciera la pena luchar, tus palabras han llegado a mi como una señal del cielo para hacerme recordar ese momento previo, el del COMPROMISO. En nuestro caso el marco no fue tan sofisticado como el vuestro -aunque no por eso menos bello-, nos encontrábamos en el pinar de la Pedriza con una ardilla como único testigo de ese momento en el que decidimos unir nuestros destinos para siempre, y después de catorce años de alegrías y sufrimientos, de diversión y aburrimiento, de cal y de arena... en fin, de tantos sucesos que nos hacen olvidar nuestros comienzos, pues como bien decía antes, tus palabras me han hecho recordar por qué llevamos catorce años juntos y por qué quiero pasar otros catorce o ciento catorce años más. Gracias.
ResponderEliminarOIGAN, HABER SI PODIAN DESIRME DONDE COMPRAR ESOS ANILLOS DE PLATA QUE NO PUEDEN SER DEMASIADO CAROS UNO MAS ESTRECHO PA MI GORDITA Y OTRO MAS ANCHO PA MI EN LA ZONA DE CUZCO GRASIAS DE ANTEMANO
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