Hay mujeres de las que uno no puede apartar la vista, ya estén solas o acompañadas. Son razones que van más allá de la belleza física. Esa belleza que está conformada de múltiples cosas -talento, personalidad, inteligencia- y que todos buscamos donde sea, aquí y allá, incansablemente. Catherine Deneuve es una de esas mujeres. Más allá de su espectacular físico, está su poderosa presencia. Esa presencia conformada por lo anteriormente citado. Hay que ser muy inteligente para, siendo el pedazo de mito que es, saber reírse de sí misma, llegado el caso. Y ella, Catherine, lo hace. Está absolutamente magnífica en la última película de Francois Ozon, "Potiche", con chándal rojo o azul, diez rulos en la cabeza o con tacones de vértigo, todas las joyas y elegantes vestidos de gasa encima. Con sus arrugas y sus kilos de más. Desafiando la leyenda. Un personaje bombón, al que ella sabe hincarle el diente con inteligencia, sabiduría y abundantes dosis de sarcasmo. Creo que no la había visto en una interpretación tan potente desde "Los ladrones", de André Techiné, uno de los mejores papeles de su carrera. Tanto Techiné como Ozon la adoran: es incuestionable viendo los personajes que le ofrecen, que crean para ella. Y contribuyen a que -algunos- no podamos apartar nuestros ojos de ella. Catherine demuestra, una vez más, que sigue siendo mucha Catherine.
Hay muchas mujeres en ella, como es lógico después de tantos años en la cima. La joven y la madura. La que interpreta y la que posa o desfila con los últimos diseños de los mejores modistos. La que sonríe y la que llora por la pérdida de sus amores y amigos muertos. Y sobre todos ellos, evidentemente, el gran Yves Saint Laurent, el genio, su fiel e íntimo confidente. Hay un momento muy conmovedor que cuenta el compañero del modisto, Pierre Bergé, en su libro "Cartas a Yves": relata cómo, tras la muerte del genio de la costura, entró en la habitación donde yacía sin vida y ella, Catherine, a modo de despedida, se tumbó a su lado y se abrazó a él, su gran amigo. Es, sin duda, una anécdota que le pone corazón a esa frialdad con la que se la asocia. Un momento conmovedor.
Catherine, la Deneuve, sabe envejecer evolucionando, arriesgando. Y eso dice mucho de lo que hay en el interior. Engrandece el mito. Y hace, evidentemente, que nuestras miradas, estando sola o acompañada, se centren en ella. Sólo en ella.
Hay muchas mujeres en ella, como es lógico después de tantos años en la cima. La joven y la madura. La que interpreta y la que posa o desfila con los últimos diseños de los mejores modistos. La que sonríe y la que llora por la pérdida de sus amores y amigos muertos. Y sobre todos ellos, evidentemente, el gran Yves Saint Laurent, el genio, su fiel e íntimo confidente. Hay un momento muy conmovedor que cuenta el compañero del modisto, Pierre Bergé, en su libro "Cartas a Yves": relata cómo, tras la muerte del genio de la costura, entró en la habitación donde yacía sin vida y ella, Catherine, a modo de despedida, se tumbó a su lado y se abrazó a él, su gran amigo. Es, sin duda, una anécdota que le pone corazón a esa frialdad con la que se la asocia. Un momento conmovedor.
Catherine, la Deneuve, sabe envejecer evolucionando, arriesgando. Y eso dice mucho de lo que hay en el interior. Engrandece el mito. Y hace, evidentemente, que nuestras miradas, estando sola o acompañada, se centren en ella. Sólo en ella.
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