Estamos en Madrid para asistir al acto de investidura de Soledad Puértolas como académica. El cielo de Madrid -tan alto, tan azul, tan literario- se oscurece de repente y empieza a llover. Se desluce por completo el día. No importa. Decidimos tomar un gin-tonic en el Ritz antes de dirigirnos a la Real Academia. Un pianista, al fondo, recrea famosas melodías del cine americano. Cuando llegamos, descubrimos a un grupo de gente que ya está haciendo cola. Las invitaciones, por colores que indican la prioridad de los asientos, son reclamadas a la entrada. El edificio, tanto por fuera como por dentro, impone cierto respeto. El color de nuestras invitaciones, amarillo, nos permite sentarnos en las primeras filas, junto a los amigos y los familiares de Soledad. Delante de nosotros está Jorge Herralde, su editor. Cuando me levanto para acercarme a él y darle las gracias por las cariñosas palabras que me ha dedicado recientemente por "El extraño viaje", me doy cuenta de que está al fondo saludando a unos y a otros. Ahí está Rosa Pereda. Allí, Carmen Posadas, Cristina Morató y Eugenia Rico. A mi lado, queda un asiento libre. Y en la butaca siguiente, con una boina de fieltro fucsia y numerosas pulseras diminutas en sus muñecas, descubro a Marina Mayoral, escritora admirada, con la que empiezo a hablar. Me cuenta que está algo resfriada, con los vaivenes del tiempo -ahora frío, ahora calor- ya se sabe, que se ha jubilado ("así tengo más tiempo para escribir", señala) y que en la primavera publicará una nueva novela. La felicito por ello y le prometo que escribiré algo sobre ella para la revista Clarín. Me gustan sus historias de mujeres, su particular mundo. Y sé que a García Martín, director de la revista, también. A los poco minutos, en el asiento que quedaba libre entre Marina y yo, se sienta Enriqueta Antolín, cuya larga entrevista a Francisco Ayala, recogida en un libro, "Ayala sin olvidos", he releído estos meses, tras la muerte del escritor. Poco a poco, van subiendo al estrado los académicos (algunos de ellos con verdadera dificultad) y enseguida da comienzo el acto. José Luis Borau y José María Merino salen de la sala en busca de Soledad Puértolas. Entran los tres. Todas las miradas se dirigen a la escritora, bien escoltada por su anfitriones. El momento, tan solemne, de su entrada está acompañado de cálidos y sonoros aplausos. Enseguida le dan la palabra. Soledad centra su discurso en los personajes secundarios del Quijote, sus aliados. Es evidente que, en su obra -al margen de en este último libro de relatos, "Compañeras de viaje", donde resulta patente-, los personajes secundarios, ya desde el principio de su carrera, son muy relevantes. Aliados, sí, es el título del discurso. De todo ese discurso, tan bello y tan bien leído, me quedo ahora con unas palabras que Soledad rescata del Quijote, palabras que Cervantes pone en boca de maese Pedro: "Llaneza, muchacho, no te encumbres, que toda afectación es mala". Son importantísimas en la obra de la propia Puértolas y en la de todos aquellos escritores que, como ella, buscamos la transparencia del lenguaje. José María Merino le da la réplica y concluye el acto con nuevos y acalorados aplausos. Soledad Puértolas ya es académica, la quinta mujer que está dentro de la institución. Y yo pienso en todas esas tardes y esas madrugadas de insomnio, leyéndola y releyéndola, sublimes instantes, momentos llenos de placer (de los más placenteros como lector, sin duda alguna) y entusiasmo, y en lo afortunado que soy ahora, estando ahí, fundiéndome en un cariñoso abrazo con ella. Porque ahí, en ese abrazo, están, sí, esos momentos, todos ellos. Los que todo escritor busca en su interlocutor, y viceversa. Y yo sé que ella lo sabe.
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