La encontré hace unos meses, un mediodía lento, pesado, grisáceo, de esos en los que la tormenta es una amenaza más que constante, deambulando por las calles de Oviedo. Parecía algo perdida, aturdida, desorientada. No llevaba paraguas, pese a esa insistente amenaza de lluvia. La tarde anterior, en una céntrica librería, había estado presentando la primera parte de sus memorias, "Habíamos ganado la guerra". Me contaron que esa tarde, la de la presentación, había preguntado repetidas veces por una sala de bingo. Esther -reconocido por ella misma- es una jugadora compulsiva y ha publicado una estupenda novela sobre el tema, "Bingo!". Siempre es divertido, si vas con tiento, precaución y el dinero justo, pasar una tarde en el bingo. Es un juego tan absurdo como apasionante, que crea verdaderas adicciones. Apuntar los números que van saliendo del bombo y, si hay suerte, si la fortuna hace que salgan los que tienes en tu cartón, llevarte un puñado de dinero, unos euros como caídos -mágicamente- del cielo. Tuve la sensación de que Esther, magnífica escritora, estaba aquel mediodía buscando una sala de bingo, que, por cierto, se encontraba bien cerca del lugar en el que nos hallábamos, a la entrada de ese conocido centro comercial que recorro todos los días de regreso a casa. Dos salas de bingo, para ser exactos. Nadie la reconoció y debo admitir que sentí cierto temor ante la idea de acercarme a ella, pese a las ganas que tenía de decirle lo importante que había sido toda su literatura en mi vida. "El mismo mar de todos los veranos", aquella lectura que nos había dejado deslumbrados, y todos los demás... hasta ese último y estupendo cuento que aparece en el volumen "Cuentos de amigas". Su cara no parecía predispuesta a hacer nuevos amigos. Me pareció sentir que ella hubiese agradecido más el hecho de acompañarla a echar una timba que hablarle de libros o literarios recuerdos de su pasado como una de las editoras más importantes de este país. No hice ni lo uno ni lo otro. Y lo cierto, para ser sinceros, es que ahora me arrepiento de no haberle dicho nada, sobretodo imaginando lo que hubiese sido apuntar números en un cartón, cantar línea o bingo, mientras ella (quizá) me contaba algunas de las más apasionantes historias de su aventurera vida.
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