(A mi amigo Félix Onís)
Descubrí el cine de Luis García Berlanga, en aquella adolescencia de principios de los años 80, cuando supe que el maestro era el padre de uno de los músicos que en aquellos momentos más admiraba (y sigo admirando), Carlos Berlanga, y que, junto a Alaska y a Nacho Canut, sigue siendo una figura imprescindible para conocer la música y su importante papel en la cultura y en la sociedad, todos los cambios que se estaban llevando a cabo en este país por entonces y ese otro tipo de vida que se vislumbraba más allá de la grisura y el encorsetamiento de una pequeña ciudad de provincias como la mía. Todo aquel mundo, todo aquel torrente de gentes hablando y hablando, entrando y saliendo, todas aquellas situaciones -muchas veces a medio camino entre lo patético, lo cruel y lo grotesco, heredadas de aquel terrible pasado dictatorial del que proveníamos- me fascinaron desde el primer instante, aunque, como es lógico, en aquellos momentos, por mi edad, trece o catorce años, no pudiese comprender el verdadero alcance de aquel mundo tan variado, complejo y riquísimo. Las cosas que había detrás de todo aquello, lo que se decía y lo que no se decía, lo que se mostraba y lo que se intentaba mostrar sin evidenciarlo. La mordacidad, la farsa, la salvaje ironía, el guiño deliciosamente desmesurado, la ternura ligeramente apuntada. Un puñado de obras maestras, sin duda. Cada cual tendrá su preferida.
Algún tiempo más tarde de aquel descubrimiento, en aquella estupenda televisión que dirigía la directora de cine Pilar Miró, a la hora golfa del Cine de medianoche donde tantas películas encontramos los adolescentes ávidos de sorpresas, cultura alternativa y conocimiento, pude ver "Tamaño natural", una de las películas de este genio que se nos ha ido que más me gustan. Una complejísima reflexión sobre la soledad, entre otras reflexiones, decididamente brutal, sobrecogedora, impactante. Berlanga -una vez más- no se andaba con tonterías ni con medias tintas. No era su estilo.
Recuerdo, también, años después, aquellas tardes de los sábados con Beatriz Pecker en "Fiebre del sábado", de Radio Nacional. Hablando de todo: de cine, de erotismo, de zapatos femeninos, de músicas, de mujeres, de viajes, de la vida... Un placer escucharle, dejarse llevar por todos aquellos mundos. Su voz pausada, susurrante. Su sabiduría. Su aire de caballero elegante, pícaro y un punto travieso, que parecía saber disfrutar plenamente de la vida. Era un verdadero placer, ya digo, escucharles a los dos, tan bien se complementaban sus voces, sus visiones de la vida y su complicidad, que somos muchos, sí, los que seguimos añorando la presencia de Beatriz Pecker en las ondas.
Recuerdo hoy el empeño de Concha Velasco, diciéndolo en casi todas las entrevistas, por trabajar en alguna de sus películas. Y como ese empeño dió su fruto en la última que dirigió "París-Tombuctú". Y esa escena, ya tan memorable, donde la Velasco, pletórica, guapísima, exultante y muy sensual y descarada, anima a Michel Piccoli a acariciarle sus poderosas tetas. Sólo él, Berlanga, con su fascinación por las mujeres, podía haber hecho algo así, con esa elegancia e insinuación.
Recuerdo hoy el empeño de Concha Velasco, diciéndolo en casi todas las entrevistas, por trabajar en alguna de sus películas. Y como ese empeño dió su fruto en la última que dirigió "París-Tombuctú". Y esa escena, ya tan memorable, donde la Velasco, pletórica, guapísima, exultante y muy sensual y descarada, anima a Michel Piccoli a acariciarle sus poderosas tetas. Sólo él, Berlanga, con su fascinación por las mujeres, podía haber hecho algo así, con esa elegancia e insinuación.
Les imagino, en esta mañana helada y un tanto triste, a él y a su hijo, Carlos, sonriendo y conversando plácidamente en algún lugar cálido y soleado que recuerde a esas playas valencianas tan suyas.
El tiempo, sí, inflexible, que, con tanta ausencia destacada, nos va dejando cada vez más huérfanos, nos va haciendo cada vez más viejos y más solos.
Se echaban de menos estos preciosos artículos.Britta
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