viernes, 19 de noviembre de 2010

El tiempo amarillo

Mi amigo Miguel González, compadre ya, ese hombre que ama los libros tanto como yo y que, junto a su chica, Carolina, lleva con mimo, esfuerzo, ilusión y mucho entusiasmo esa librería, Seshat, en Gijón, refugio de exquisito gusto para los amantes de la buena literatura y en la que presentaré mi libro a finales de diciembre (el día 30, jueves, para ser exactos), acaba de recordarme, sin él pretenderlo ni saberlo, con una foto en blanco y negro de Jessica Lange y Sam Shepard, aquel tramo de mi vida en el que todo comenzaba. Es una foto que apareció, en su momento, en la revista El Europeo, aquella revista que comprábamos los que sabíamos que había otro mundo al otro lado de nuestra pequeña ciudad y que estaba ahí, al alcance del sueño. Ese mundo, sí, que ya sentía mío. Jessica y Sam están muy enamorados, los rostros muy pegados, el pelo rubio y mojado de ella, la sonrisa de él, su diente un poco roto o torcido o ambas cosas, que no se sabe demasiado bien, al principio de su historia de amor, en el comienzo de los años 80. El influjo de "Crónicas de motel" y las charlas que se acababan al final de la tarde con mi amiga María -en la cafetería de aquel hotel donde tantos planes hicimos y que tantas tardes nos sirvió de cobijo-, tan presentes, ciertamente inolvidables pese a todo, antes de que todo se transformase o se esfumase como lo hace siempre lo imposible. Una foto gloriosa, magistral, impresionante, que representa con fuerza ese amor y atrapa poderosamente la vibrante luz que los envuelve a los dos, Sam y Jessica, Shepard y Lange, tras el rodaje de "Frances" (la biografía cinematográfica de la bellísima actriz Frances Farmer), donde se conocieron, o acaso ya en el rodaje de "Country", su siguiente película juntos, no lo sé. Esa foto, que estuvo durante años en mi habitación, enmarcada, vigilando nuestros sueños, nuestros desvelos, nuestras risas, nuestros miedos, anhelos y complicidades (¿te acuerdas, Alberto?), y también la otra cara de todo eso, la cara más fea y antipática, que también la hubo. Ahí están, sí, viendo esa fotografía, todas aquellas noches que me pasaba escribiendo, emborronando folios y más folios, soñando con hacer posible un sueño, mi sueño, publicar un libro, escribir, escribir, escribir... Esa foto que robé, en una noche loca, cuando las noches ovetenses eran otra cosa y el espíritu de Ava Gardner, de fiesta en fiesta, estaba a mi lado, en un bar, La Regenta, donde tantas buenas veladas pasamos, ¿os acordáis? Estaba a la entrada, clavada con unas chinchetas, a punto de caerse en cualquier momento. Aquella madrugada, lo recuerdo bien, decidí que esa foto iba a ser mía. Me había quedado sin aquel ejemplar de El Europeo y no podía pasar sin ella. Merche (la otra tarde creí verte, tan cambiada, con aquel mismo pelo revuelto y aquella misma sonrisa cómplice, entre el barullo de la gente y luego te perdiste como se pierden esos hallazgos de los que uno no está demasiado seguro de haber encontrado), sé que sabrás perdonarme. Jessica se fue conmigo: estuvo en buenas manos, te lo aseguro. Sam, también. Sobre la foto, amiga, aún conmigo, como dijo el poeta, Miguel Hernández, uno de los nuestros, ya se ha posado el tiempo amarillo.

1 comentario:

  1. Precioso relato Ovidio, me encanto, lleva tu toque, saludos, Luis

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