Yo era ese niño acosado por sus compañeros. Ese niño que, pese a ese demoledor y salvaje acoso, no encontraba apoyo en los curas que decían darle una educación y unos principios rectos y morales. Esos curas que miraban impasibles hacia otro lado, sin importarles el sufrimiento de un menor ni las consecuencias de aquellas despiadadas burlas en su vida futura. Yo era ese adolescente solitario que, casi todos los días y acompañado de un par de libros, entraba en el cine y miraba, acobardado, a un lado y a otro, temiendo que los otros espectadores empezaran a insultarlo como hacían entonces sus compañeros en aquel sórdido y siniestro colegio. Ese trauma, como todo lo negativo de esta vida, duró bastante más de lo necesario. Yo era ese joven que, cansado de tanta represión y ya superados -no sin dificultad- aquellos traumas, se lanzó al día y a la noche, conoció a mucha gente -gente buena y alguna gente mala: gente casi siempre divertida: chicas que sabían quien era Sam Shepard, que bailaban hasta el amanecer y que se pintaban las uñas de verde cuando aún no estaba de moda, y tipos que no sabían ni querían amar-, hizo amigos, tuvo amantes, probó ésto, aquéllo y lo otro, se bebió las copas y la vida, como la mismísima Ava. Ese joven con ganas de conocerlo todo, de vivirlo todo, que visitó los locales más chic y también los antros más sucios y arrastrados, donde -seguramente- había gente más noble y sincera que en los otros. Aquí y en muchas otras ciudades. Yo soy ese joven (quizá ya no tan joven) que el pasado sábado, 24 de abril, se casó con su chico, en el Ayuntamiento de Gijón, rodeado de sus seres más queridos, en una ceremonia magistralmente ejercida por el concejal del PSOE José María Pérez López. Fue un día imposible de olvidar. Ya desde el mismo momento en que, a las seis de la mañana, abrí la ventana y ese aire cálido que presagia los días más luminosos recorrió todo el apartamento, supe que lo sería. Francesca, con sus mimosos maullidos, presentía la algarabía, el jaleo de los días en que pasan cosas diferentes. Hay muchos motivos para celebrar una boda, pero si el amor es el argumento principal la cosa funciona mucho mejor. Allí estaban, ya digo, mis seres más queridos y también, aunque no estuvieran físicamente, todos los que me ayudaron en el camino, todos los que contribuyeron a hacer de mí lo que, a día de hoy, soy. José María Pérez López, al leer un texto de Antonio Muñoz Molina (cuyas primeras lecturas me acompañaron durante buena parte del camino), tiró del hilo y, uno tras otro, como sucede con las cerezas al sacar una del cesto, fueron saliendo todos. Actrices, cantantes, escritores, directores de cine, pintores, músicos... Y también, ¡cómo no!, todos los que ya no están en este mundo, con la abuela Virginia a la cabeza, o los que, por unas causas u otras, se fueron quedando a un lado, aunque permanezcan en el corazón (Varón Dandy, va por ti). Todos estaban allí, en aquel elegante Salón de Recepciones, pude sentir muy viva su presencia. Tan viva como los besos y las lágrimas emocionadas de los que nos rodeaban. El día de nuestra boda, 24 de abril de 2010. Un día inolvidable. En muchos sentidos, en todos los sentidos.
me encantan tus escritos, ahora con esto de la boda espero que no te aburgueses, a mi no me paso de esto ya hace 4 años, eso sí tenemos más peleas que antes, no se porque será
ResponderEliminarMe gusta mucho tu relato así que voy a "enseñarlo" por la red para que otros también opinen.
ResponderEliminarPD: Además me pones tan bien que tengo que hacer que otros lo vean, jeje.
:') Precioso de nuevo.
ResponderEliminarInsisto ... ¿por qué nunca te leí?
Mar-ia