Por esas cosas que tienen los hilos del azar, acabo de enterarme de una historia terrible, que acaba de ocurrir aquí, en un pequeño pueblo del norte, hace pocos meses y no hace treinta o cuarenta años como por su brutalidad pudiese parecer. Una madre, cuyo hijo es homosexual declarado, proclama a los cuatro vientos que para ella su hijo está muerto desde el mismo momento en que se enteró (por él mismo) de sus preferencias sexuales. El hijo se marchó a vivir a Madrid con su pareja y no ha vuelto a saber nada más de su familia. ¿Qué tipo de persona es una mujer así? No conozco -afortunadamente- a la susodicha, pero me imagino que será la típica señora (conozco a varias similares) que se tiene por muy recta y buena persona, de peluquería los viernes y misa de doce los domingos, siempre del brazo del marido y dos pasos por detrás de sus decisiones (o que, al menos, así lo parezca), que para eso es un hombre, hombre, de los de toda la vida. La pregunta que surge es bien clara: ¿Si esta mujer hace esto con su propio hijo, que no haría, si pudiera, con los demás -ya no sólo con los homosexuales- que no piensan como ella? Hay otras madres (y padres, claro) que, sin llegar a pronunciar las salvajes palabras de esta mujer, deciden mirar para otro lado, como si tal cosa, como si no pasara nada, manteniendo las formas, sobretodo de cara a la galería, mucho paripé, mucho rococó y, en el fondo, nada de nada. A los hijos (como a los padres, a los amigos, etc) se les quiere como son, no como tú quieres que sean. Y esa opción, la de mirar hacia otro lado, la de hacerse los oídos sordos, es igual de homófoba, repulsiva y lamentable que la otra. ¿Qué hacer contra este tipo de mentalidades? Educación, educación, educación. Libros, libros y más libros. Y viajes a otras culturas, a otras ciudades, a otros países, muchos viajes. Sólo ellos -me temo- serán capaces de cambiar las cosas. Inculcar, desde la más temprana infancia, ciertos valores. Pero, sinceramente, resulta agotador, triste y muy lamentable que tengamos que seguir hablando de historias así, tan radicales y furibundas, tan cerradas y llenas de odio y de más odio, a estas alturas de la vida, abril de 2010, mes de los libros por excelencia, dicho sea de paso.
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