miércoles, 14 de abril de 2010

Yolanda Lobo

Yolanda, vestida de negro y con un complemento -un pañuelo, un chaleco, una chaqueta- de intenso color fucsia, azulón, morado, sentada en su taburete alto, al final de la barra, dando pequeños sorbos a su pequeño vaso de whisky, nos recibe siempre con un beso, una sonrisa y una palabra amable, pícara, cariñosa, cómplice. Ya bien entrada la noche, habla, ríe, fuma, gesticula, canturrea. Trata de que nos sintamos bien en su local, el mejor de la ciudad, el más rompedor, el más vanguardista, La Santa, donde tantos buenos momentos pasamos. Esos buenos momentos que, como el mejor de los secretos, el más prohibido de todos ellos, están guardados ahí, en sus paredes, en cada uno de sus rincones. Como también lo están en nuestros corazones, en el recuerdo de los tramos más felices, más alegres y más desenfrenados de nuestros variados viajes nocturnos. Esos rincones que conocieron el significado del vintage antes de que aquí nadie supiese de lo que se estaba hablando. Yolanda, con su imaginación y su capacidad de renovación (esa capacidad que posee como buena hija que es de los años 80), quita, pone, trae, lleva, sube, baja. Renueva y se renueva. Coloca, por ejemplo, un pañuelo rojo sobre una butaca desvaída y cambia por completo todo. Ese mismo pañuelo rojo (heredado, quizá, de una abuela, de una tía o de una amiga) aparecerá otro día en una lámpara o sobre los pechos de una estatua. Eso -tan chic- viene de Londres, de París, de Nueva York, de las ciudades donde el aire y el pensamiento nunca se estancan. Yolanda, tan importante en la renovación cultural de esta ciudad, es nuestro Warhol particular, como en La Santa aún pervive el espíritu de Studio 54, aquel cabaret gigante, libre y discotequero donde el neoyorquino pasaba las noches con sus inolvidables amigas y aquellos chulos tan potentes que soñaban con desnudarse en el underground de sus películas. Yolanda, lectora, amiga, compañera de viaje, feliz cumpleaños.

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