Estos días en los que los Bowles, Paul y Jane, reciben en Málaga un homenaje pienso en lo importantes que han sido sus escritos y su forma de vida para todos los que, ya desde la adolescencia, soñábamos con otros mundos. Esos otros mundos que también tenían cabida en éste. La literatura y los viajes como eje central de sus vidas, de una parte muy importante de ellas al menos. La aventura, la pasión por la vida, por verlo todo, por experimentarlo todo, por atraparlo todo. Recuerdo el impacto que me produjo, sin haber cumplido aún los dieciocho, la lectura de "El cielo protector". Y poco después, la de todos los demás libros de Paul y también los de Jane -aquella mujer que se definía así: "Soy judía, coja y lesbiana"-, mucho menos numerosos pero igual de importantes. También la adaptación que de esa gran novela existencialista del siglo XX hizo Bernardo Bertolucci, muy fiel al espíritu del libro, y con las grandes interpretaciones de John Malkovich y Debra Winger, ambos maravillosos en sus papeles. No era fácil compenetrarse como la pareja a la que daban vida, y ellos lo consiguieron de modo espléndido.
Recuerdo, sí, esa fascinación, la que me produjeron aquellas vidas nómadas, sus viajes, sus relaciones con auténticas personalidades, genios imprescindibles de la escritura, del arte. La luz que entraba en una ciudad de provincias y convertía, si cerrabas muy fuerte los ojos, en posible todo lo soñado. En mitad de la madrugada, delante de la máquina de escribir, eran una continua fuente de inspiración. Un escritor que empieza, ya se sabe, imita a los que admira fervientemente. Paul y Jane, en aquel momento, eran algunos de aquellos primeros compañeros de viaje. Paul y Jane, en cualquier rincón del mundo, de Nueva York a Marruecos, escribiendo, experimentando, viviendo plenamente su existencia. Qué indiscutibles iconos de cierto tipo de vida. La literatura, la música, el arte. ¡Cuántas veces los habré recordado, muchos años después, en todos mis viajes! Hoy, al ver una de las fantásticas fotos de esa exposición, Paul y Jane en decadente sepia, vuelvo a pensar en ellos. Y si cierro los ojos, vuelvo a sentir aquella luz. La de los primeros sueños, la de los primeros deseos. Esa luz que, pese a muchas cosas, casi al borde de los cuarenta, aún está ahí, intacta.
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