Regreso por un instante a las calles de Nueva York, como podría regresar a las callejuelas de Roma, a las brumas de Londres, al glamour intelectual de París, a la decadencia de Lisboa o a las librerías y teatros de la calle Corrientes de Buenos Aires. A todos esos lugares donde nos hemos fotografiado juntos. De repente, pienso, una noche calurosa e inesperada, conoces a alguien y todo cambia. La manera de entender el mundo y de entenderte a ti mismo. De la cosa más insignificante al hecho más extraordinario (la vida está llena de momentos insignificantes que conforman recuerdos extraordinarios): todo se transforma, muda de percepción, adquiere otro sentido. Un sentido. Todo, con sus inevitables miedos y dificultades, está al alcance de la mano. Nada parece imposibe, aunque lo sea. La cuerda floja ha quedado atrás. Sólo importa el presente, ese presente que está lleno de futuro, que lo reclama a voces. Y ahí, sí, vas creando un mundo, con sus días y sus noches, que avanza, que llenas de cosas, de viajes, de lecturas, de músicas, de películas, de botellas de vino, de charlas, de bailes, de juegos, de miradas, de risas y más risas. Un mundo compartido. La hora de la tregua.
Como decia Elton John? "How wonderful life is, now you are in the world..."
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