domingo, 25 de octubre de 2009

Madrid

Madrid es una ciudad luminosa, abierta, cosmopolita y muy acogedora. Muchos de mis mejores recuerdos están asociados a ella. Desde aquellos viajes, ya tan lejanos, de la infancia, con mis padres y mi hermana, en aquel Seat 127 blanco, donde conocí por pimera vez los lugares más destacados, hasta los viajes, ya de adulto, que me mostraron la libertad que se respira en las grandes ciudades. Esa misma libertad que siento cuando paseo por Nueva York. O, en menor escala, por Gijón. Dos de mis ciudades favoritas.
Hace dos semanas, con motivo de la celebración de nuestros cumpleaños y al igual que el año pasado, regresamos a la capital. Esta vez, debido al desmesurado precio de los aviones, lo hicimos en coche. Dos días intensos y muy bien aprovechados. Como nos quedamos sin entradas para ver la versión de Espert y Sardá de "La casa de Bernarda Alba", nos decantamos por "Sexos", estimable obra, con una Anabel Alonso en permanente estado de gracia. Anabel es una cómica genial, en la mejor tradición de las grandes cómicas de este país, que no necesita más que un escenario desnudo y un buen texto. Aunque el resto del reparto está espléndido también, el teatro se encendía con cada una de sus desternillantes apariciones.
Paseos por la ciudad, de día y de noche; visitas a las librerías, de nuevo y de viejo; o las obligadas citas de siempre, como esa copa en Chicote, cerca de la silla donde Ava se emborrachaba. Y ese momento, donde el tiempo se detuvo y que quedará en nuestra memoria: el domingo al mediodía, tomando una cerveza en una terraza de Malasaña y leyendo el periódico, acaso comentando alguna noticia o el artículo de Elvira Lindo sobre Polanski. Y es que, una vez más, en las cosas más sencillas está la verdadera esencia de la vida. Deberían enseñarnos esta lección mucho antes.

1 comentario:

  1. Nunca es tarde para aprender esa leccion. Pero intuia que ud ya la conocia.

    ResponderEliminar