La tormenta estalló cuando llegamos a casa. En el coche, casi al final del trayecto, el sonido del parabrisas limpiando las primeras gotas del cristal delantero era el único que rompía aquel silencio tan incómodo y espeso. Mis padres, como siempre al regreso de las vacaciones, no se dirigían la palabra. De hecho, llevaban días sin hacerlo. En su caso, un mes era demasiado tiempo para estar juntos. La casa necesitaba una limpieza a fondo. Aunque cualquiera hubiese sido válido, ése fue el motivo de la pelea. Los gritos se ahogaban entre los relámpagos. Y las palabras malsonantes, se difuminaban entre los truenos. Mi hermana y yo, asustados, encendimos la televisión. Fue el verano de 1985, el último que pasamos todos juntos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario