Soho llegó a nuestra casa el primer sábado de agosto. Era una mañana fría y muy lluviosa, casi invernal. Era una bola de pelo de color canela, asustada, nerviosa, que cabía en la palma de la mano. Era, sin duda, el gato más guapo de la tienda. Y también, parecía, el más bueno. Junto a él, una gata enorme, que no era su madre, se celaba cuando nuestras miradas se dirigían a aquel gato que ya sabíamos nuestro. Nos lo metieron en una diminuta caja de cartón, que, ahora, dos meses más tarde, arrastra por toda la casa y mordisquea con deleite. Nada más situarlo en el salón, empezó, tímidamente, a inspeccionarlo todo: los libros, los discos, las películas, las velas, los periódicos... La timidez inicial dió paso a una desenvoltura absoluta: parecía que llevase toda la vida en nuestro pequeño apartamento. Nosotros, también enseguida, nos acostumbramos a él. Nunca rompió nada, ni cometió ninguna travesura de esas contra las que nos habían prevenido (si exceptuamos el hecho de que, de cuando en cuando, le encanta meter la patita en el cuenco de agua y dejar sus huellas por el suelo de toda la casa). Era un gato muy cariñoso, que venía detrás de mí nada más que ponía el pie en el suelo por las mañanas. Desde el primer momento, el nombre quedó claro: Soho. Iñigo, mi hermana y yo llegamos a ese acuerdo muy pronto. Era uno de los barrios de Nueva York que más nos había gustado. Soho, ven. Soho, no tires ese libro. Soho, a cepillarse. Soho, ahí no... Lo llevamos al veterinario, como es lógico, para sus primeras vacunas. Se portó bien. Lo llevamos una segunda vez. Y fue ahí, cuando al llamarlo por su nombre, Soho, dijo él, el veterinario, ¡cómo!, si no es un gato... es una gata, ¿no lo veis? Y sí, efectivamente, entre aquella frondosa mata de pelo, se podía ver claramente que lo que el veterinario decía era cierto. El gato se transformó, entre risas, en gata. Soho, en Francesca. Inicialmente, era Frances, por Frances Farmer, la bella y rebelde actriz americana, pero con el toque italiano, la gata respondía mucho mejor. Nunca se lo dije a nadie, pero yo siempre supe que aquel gato, por la complicidad que halló en mí, era una gata, como la de Tennesse Williams, la que ronronea y hace cosquillas a mis pies mientras escribo.
Whoever you are, I always depended on the kindness os strangers... no llego a tiempo para un nuevo bautizo pero quizás en esa gata y complicidad se esconda Blanche. Besotes
ResponderEliminarno había leído esta primera entrada, puede que no llegará hasta ella cuando empecé a leerte, pero no sé porqué la historia me suena, quizás porque es más habitual de lo que parece...
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