domingo, 12 de diciembre de 2010

Buscando el corazón del sábado noche

Cenamos en casa de nuestros mejores amigos y, después, nos vamos a bailar. ¿Acaso hay algo mejor que el alcohol y el baile para capear el temporal, ahuyentar viejos fantasmas, sobrellevar lo que se avecina? Nos adentramos en la noche. Las calles están llenas de jóvenes que podrían ser mis hijos, qué vértigo. En La Santa, que está a tope, con música estupenda y ese aire festivo de las mejores noches, la cosa cambia, afortunadamente. Encontramos a viejos conocidos que hacía tiempo que no veíamos. Besos sonoros en las mejillas y todos con el mismo reproche: ¡Cuánto tiempo sin verte! Ay, la noche... Me encanta su juego, su misterio, su frivolidad, su descaro. He salido muchísimo de noche, he conocido a gente de todo tipo en esas horas previas al amanecer y me he divertido lo que no está escrito. Algunos de mis mejores recuerdos están asociados a ella, a la noche, pero creo que no hay que forzarse: uno sólo debe salir cuando le apetece, cuando tiene verdaderas ganas de hacerlo. Como esta noche, tan cerca de la Navidad ya. Caras que son referentes importantes de diferentes etapas de mi vida. Busco a Yolanda, pero no está sentada en su taburete habitual, con alguno de sus pañuelos de vistosos colores y su whisky en vaso bajo, como la gran anfitriona que es. Elena, sí está, bailando en el mismo sitio de siempre, con su copa en la mano y su eterna sonrisa. Elena, que ni siquiera sé si se llama así realmente, y yo, cuando bailábamos juntos, sabíamos perfectamente el estado de ánimo del otro: no hacían falta palabras. Con las miradas y la manera de bailar era suficiente. Ésa es la magia de la noche y quienes la habitamos. Sé que Elena, esta noche, está contenta. Brindo con ella y sigo bailando un rato más.
Cuando salimos de La Santa, decidimos que nos vamos para casa, pero, ay, ya en nuestra calle, nos encontramos con Álex y nos dejamos embaucar para tomar la última. Esas cosas que pasan también en la noche, qué peligro. Y en el último trago nos vamos, y blablablá, ya se sabe. No nos veíamos desde la presentación del libro, a finales de octubre, y nos ponemos al corriente de nuestras vidas. ¿Te quedas sin trabajo? Qué putada. Pues sí, chico, una putada bien grande. Anda, pídeme otro gin-tonic. Y mientras lo tomamos, recordamos aquella lejana noche en Roma, cuando nos encontramos delante de la Fontana de Trevi. Era uno de los primeros viajes que Iñigo y yo hacíamos juntos y, de repente, al darme la vuelta, ahí estaba él, Álex, sin paraguas bajo la lluvia, con su gorro de lana empapado y su eterno Winston light encendido, contemplando, como nosotros, aquella belleza. Qué aventuras buscando garitos en la noche italiana. Recorrimos media Roma haciéndolo. Otra visión de la ciudad, tan llena de gente en aquellos días de Semana Santa. Nada une más que las anécdotas vividas fuera de tu propia casa. ¿Te acuerdas de aquella discoteca en la que no nos dejaron entrar sólo por ser españoles? Al parecer, días atrás, unos españoles habían montado un numerito allí y, desde entonces, nos censuraban a todos. Terminamos llamando a la policía. Y luego, cuando nos dejaban pasar, nos pusimos estupendos, cual Max Estrella, y dijimos que ya no nos interesaba, ¡faltaría más! Qué risas. Y qué absurda, a veces, la noche. Aquí o en la mismísima Roma.
Alguien se acerca y me da dos besos. Es José Luis, el primo de una amiga a la que hace muchos años que no veo y que, semanas atrás, salió en un programa de televisión diciendo que había sido la pareja del novio de no sé qué famosa duquesa de pelo alborotado. Me dice que no pasa el tiempo por mí, que estoy estupendo, igual que siempre. Me cuenta que va a abrir un bar aquí, en Oviedo. Menos mal que todavía queda gente que se anima a abrir sitios nuevos en esta ciudad, que cada vez tiene más y más locales cerrados y ese aire, un tanto triste y patético, del principio de la decadencia.
Cuando salimos a la calle, ya casi está amaneciendo. Un aire cálido recorre las aceras, llevando de un lado a otro las hojas secas. Los más madrugadores caminan ya con su periódicos bajo el brazo. Lo hemos pasado bien. Muy bien, sin duda. Lo malo será abrir los ojos y encontrarse cara a cara con la resaca. Que los años no pasan así como así, pese a las apariencias y las amables palabras de los conocidos.

1 comentario:

  1. Qué pasada!.Tu evocando la Fontana de Trevi y yo con mi café y el ruido de la lavadora de fondo. Me encanta tu manera nostálgica de contarnos lo cotidiano.
    Maru

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