Mi padre, desde que se jubiló, se dedica a hacer teatro. Fue, la suya, una jubilación un tanto forzada, a los cincuenta y pocos años, por parte de la empresa, y él, como es una persona muy activa e inquieta, enseguida buscó quehaceres. Cualquier cosa antes de quedarse en casa apoltronado, viendo pasar las horas tontamente delante del televisor, y tampoco es cuestión de estar callejeando todo el día por mucho que te guste (que, como a mí, le encanta). Consideró, muy acertadamente, que era bueno seguir teniendo una obligación. Al menos, dos o tres días por semana. Así que se apuntó a un grupo de teatro del centro social de su zona. Al principio, representaban sainetes, obras sencillas y cómicas, muy cercanas, donde él, que nunca había tenido familiaridad alguna con las tablas, se movía con cierta soltura. En ocasiones, recitaba más que interpretaba. Hablaba y hablaba sin meterse en el personaje, por así decir. Normal. El caso era estar entretenido, aprender aquellos textos para ejercitar la memoria, no apoltronarse bajo ningún concepto. Hizo una obra y otra, y aquello le enganchó. Grupos de afcionados empezaron a solicitarle para unos y otros papeles. Las experiencias le fueron dando tablas, como es lógico. Ayer, después de unos cuantos meses de duros ensayos, debutó en el teatro de la casa de cultura de Mieres con una obra de Woody Allen, "Adulterios". Woody Allen no es un autor fácil y, menos aún, para actores que no son profesionales. La obra es un enredo, de varias parejas, donde, amablemente y sin parar de hablar, van surgiendo los múltiples problemas de esas relaciones. Infidelidades, dudas existenciales, constantes diálogos y guiños intelectuales, inteligente sarcasmo y fino sentido del humor, la creación literaria y sus problemas. Muy Woody Allen todo, vaya. Mi padre, que lleva el peso de la obra, se mueve como pez en el agua por esos mundos sofisticados, tan alejados del suyo propio. (Mi padre, como la mayoría de los padres de mi generación, fue educado en el franquismo, donde el miedo era el sentimiento predonimante, la sombra que acechaba, y ese miedo, por mucho que se evolucione, como él ha evolucinado y se ha modernizado, siempre está ahí). Le han puesto unas gafas como las de Woody (aunque mi padre es mucho más atractivo que él) y ha conseguido imitar fantásticamente esa manera un poco torpe y nerviosa al hablar, tan característica del genio americano. Ahora sí, ahora se funde perfectamente en el personaje, y acopla su personaje con el de los demás actores. Y, como el resto de la compañía -Odisea Teatro-, lo hace muy bien. Todos han aprendido mucho en estos años. El duro trabajo que hay detrás se nota: el esfuerzo ha merecido la pena. Se mueven con soltura por el escenario, proyectan perfectamente la voz, van y vienen (hay mucho movimiento en la obra) y jamás se equivocan: son ya auténticos profesionales. Me quito el sombrero ante todos ellos. Pero, si me permiten, muy especialmente ante mi padre, del que hoy me siento tan orgulloso.
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