martes, 30 de marzo de 2010

El mundo sigue hablando

Hace unas semanas, en un precioso artículo, hablaba Elvira Lindo de las memorias de Harpo Marx, "Harpo habla", actualmente descatalogadas, pese a estar editadas en nuestro país a finales de los años 80. Me quedé con las ganas de leer ese libro, que no encontré en la biblioteca pública ni en la biblioteca de ningún amigo. Desde siempre ha sido así: cuando leo que una persona a la que admiro está leyendo tal o cual historia, siempre me apetece leerla de inmediato y, en muchos casos, adquirirla. A veces, como siempre, hay decepciones. Las recomendaciones de Elvira son siempre fiables. Ahora, en un mediodía soleado de primavera, estoy sentado en la terraza del café Dindurra, en Gijón, leyendo ese libro, las memorias de Harpo Marx, que acabo de encontrar en una librería de segundo mano a un precio importante. Los hilos del azar son siempre así. Si la felicidad existe -que a ratos sí es verdad que existe, aunque temamos nombrarla- está ahí, en ese momento. Iñigo, enfrente de mí, leyendo el periódico y no sé qué libro de aventuras, los que más le gustan. Y yo, ahí, enfrascado en las peripecias de este hombre que conoció a buena parte de los artistas más relevantes del Nueva York de principios del siglo pasado. De vez en cuando, levanto la vista del libro para darle un sorbo a mi cerveza helada o ver a la gente pasar. Mi debilidad, dice Harpo, es la gente. Y añade: Dado que nunca he seguido la ruta directa de ninguna parte a ninguna parte, he tenido tiempo de conocer y escuchar a mucha gente. Qué diferente -reflexiono- la gente de unos y otros sitios, aunque -en el fondo- todos busquemos lo mismo. Estamos a poco más de veinte kilómetros de nuestra ciudad, Oviedo, y parece un mundo lo que separa a ambas ciudades. Me encanta Gijón, siempre tan abierta: sus calles, sus bares, sus librerías, sus teatros, sus gentes. Y el mar, claro, ese mar que todo lo renueva, ese olor que se respira en todos los rincones. Por eso es la ciudad que elegimos para casarnos. Cuántos buenos momentos vividos ahí. Cuántas noches y cuántos días. Gijón, este mediodía soleado de primavera, me parece más bella que nunca. Y la gente, esa gente de aquí y de allá, que pasa a nuestro alrededor, y que habla, y que ríe, y que está -como nosotros hoy- llena de vida, de ganas, de expectativas. "Mi debilidad es la gente". ¿Cómo sería, por cierto, su voz, la voz de Harpo?

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