martes, 6 de agosto de 2024

Victoria Abril es Medusa

Medusa, en versión y dirección de José María del Castillo, es una mujer que -alejándose de embrujos, conjuros, mentiras, juramentos y habladurías- nos cuenta su historia. La versión de su propia vida. Con derecho propio, huyendo de tergiversaciones y malos entendidos. De todo lo escrito y dicho anteriormente sobre ella. Medusa, todavía con la maldición encima (a todo el que la mire se le petrificará la visión) y numerosas serpientes entrelazadas adornando o amenazando su cabeza, atraviesa el tiempo y se convierte en una mujer actual. Una mujer que lucha por la justicia, el respeto, la igualdad; que rehúye ese mundo de las apariencias, las falsedades y el miedo. Una mujer que necesita ser escuchada. Y, a través de numerosos monólogos, lo consigue. Logra alzar su voz, contradecir mentiras, poner las cosas en su sitio, a pesar de las dificultades. La historia ahora es suya. Como suyo ahora es el cuerpo y la voz de Victoria Abril. La actriz, a veces cómica y a veces dramática, celebra sus cincuenta años de carrera con este papel que le encaja a la perfección. Abril demuestra sobre las imponentes tablas del teatro Romano de Mérida lo que siempre ha sido: furia, torrente, pasión, máxima seducción. Una fiera interpretativa a la que nada se le pone por delante. A ratos dulce, a ratos irónica, a ratos juguetona, vulnerable o perversa. Dominando la voz -grave, menos grave- a su antojo y devorando en todo momento la escena como lo que es: una de las mejores actrices de todos los tiempos. Una ductilidad al nivel de, por ejemplo, Isabelle Huppert (no en vano, siempre he pensado que Abril hubiese bordado el papel de Huppert en 'La ceremonia', de Claude Chabrol, sin ir más lejos o yendo, precisamente, tan lejos). 

Cuenta Medusa su historia, bajo el cielo nocturno y estrellado de Mérida, entre músicas y danzas, dorados y sangre, y se hace el silencio. Se encara con Perseo (convincente Adrián Lastra), se enfrenta a Atenea (deliciosamente sobreactuada -como corresponde a una diosa, según sus propias palabras- Mariola Fuentes, que me recuerda por momentos, como en otras ocasiones, a la inmensa Esperanza Roy), rememora su juventud, endereza las numerosas serpientes de su cabeza y de las que están más allá (símbolos todas ellas de esa maldad que acecha arrastrándose sibilinamente), encaja las piezas, pone las cosas en su sitio. Sale, tras hora y media de combate, victoriosa. La historia de Medusa ha sido escuchada por las más de tres mil personas que abarrotaron el teatro el segundo día de representación. Y que se entregaron a unos aplausos más que merecidos para todo el elenco. Especialmente sonoros y contundentes para Victoria Abril, por esa Medusa y, probablemente, por los cincuenta años anteriores. 

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