domingo, 7 de agosto de 2011

Feliz cumpleaños

Cumplió ochenta años el pasado martes, pero aún se vale por sí misma. Puede ducharse sola y subirse a la cama sin ayuda de nadie, aunque algunas noches, a causa de sus problemas en esa rodilla, la derecha, de la que ya la operaron en dos ocasiones, le cueste más hacerlo que otras. Ese día, el de su cumpleaños, recibió la llamada de sus cuatro hijos y de alguno de sus doce nietos. El sonido del tren que pasa cada media hora a toda velocidad cerca de allí, le hacía perder por momentos la comunicación. Para no molestar a su compañera de cuarto, que se pasa la mayor parte de la tarde adormilada, salía de la habitación cada vez que le sonaba el móvil. Le costó hacerse a él, a ese diminuto teléfono que le regalaron el día de Reyes, pero ya lo domina a la perfección. El pequeño de sus nietos se pasó varias tardes enseñándola con paciencia a utilizarlo. Tienes que hacer un curso de informática, abuela, ya verás qué bien se te da, le repite cada vez que va a visitarla. Lleva casi dos años en esa residencia de las afueras de la ciudad donde, al principio, se resisitió a ingresar. Ahora, qué remedio, ya está resignada. Comprende que sus hijos tienen sus vidas y sus trabajos, y que ella, pese a su estupenda situación física, es demasiado mayor para vivir sola. No le costó adaptarse al resto de compañeros ni al personal de la residencia. Siempre tuvo buen carácter: alegre, risueño, pacífico. Más le costó hacerlo a su viudedad, cuando le tocó. Cincuenta años de matrimonio no se pueden borrar de un plumazo, argumentaba cuando alguien la veía un tanto apagada. El otro día, el de su cumpleaños, el mayor de los hijos le contó que este sábado pasarían a recogerla, que estuviese preparada alrededor de las doce y media, que se iban todos a comer a un restaurante cerca de la playa. La mujer, este sábado, se levantó a las siete de la mañana, se duchó, se vistió, se arregló el pelo con más esmero que otros días y, a las nueve y media en punto, ya estaba en la salita donde jugaban a las cartas o leían revistas y periódicos, esperando. Uno u otro hijo, solían ir a verla una vez al mes (a veces, menos), pero eso de recogerla e irse todos juntos no pasaba ni por Navidad. Se leyó todas las revistas que encontró por allí y la novelita negra que había empezado la otra noche. A las doce y cuarto, entró en su habitación, se dio un último retoque en el pelo, se quitó las gafas, se puso la chaqueta, cogió el bolso y se despidió hasta la tarde de su compañera de habitación, que ya se preparaba para la comida y para echarse una de sus largas siestas. Se sentó en una de las butacas del hall de la entrada. El chico de recepción le sonreía cada vez que sus mirabas se encontraban. El reloj de la pared, justo encima del chico, parecía que no se moviese, que sus agujas se hubiesen quedado definitivamente atascadas. Pasaron las doce y media, la una, la una y media, las dos, las dos y cuarto, las tres, y ella, la mujer, seguía allí sentada, esperando. Se habrán retrasado por los niños, por el tráfico, por... A las tres y media, ya no le quedaban disculpas ni argumentos. Se levantó de allí, la cabeza agachada para ocultar las lágrimas, y se dirigió a su habitación. El chico de la entrada, que ya terminaba su turno, le susurró un tímido feliz cumpleaños, pero ella, a causa del sonido de aquel tren que pasaba a toda velocidad cada media hora, no pudo oírlo.

6 comentarios:

  1. Y tu q eras el recepcionista Ovidio? Se me rompe el corazón, que gentuza hay por el mundo...

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  2. Fiel retrato de la sociedad que vivimos. Sin comentarios.

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  3. El sentimiento de angustia que se siente cuando se sale de la Residencia es indescriptible.
    Que nos llevara a olvidarnos de sus eternas noches cuidandonos? Que nos llevara a olvidarnos de su infinita paciencia para todo?
    Leí esta frase al preparar un taller para mayores, la pondría en una placa en todas las Residencias "Recuerda: como te ves, me vi; como me ves, te veras"

    Precioso Ovidio y tristemente real.

    María

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  4. ¡Qué historia tan triste! Aunque no entiendo muy bien lo que ocurrió.¿El cabrón del hijo mayor se inventó que iban a ir todos a comer?¿Decidieron irse a comer sin ella?¿Se les olvidó a todos?¿O es que les pasó algo?¿Quizás fue una invención de la señora? Ah, qué bien escribe señor Oviedo, cosas de aquí y de allá. Un beso, guapo

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  5. Conmovedor hasta la médula. No me perdonaré el no haber visitado más veces tu blog Ovidio.Nunca entenderé que lleva a alguien deshacerse de la persona que probablemente te haya amado más en la vida a encerrarla para siempre en un asilo(lo de residencia no es más que un hipócrita eufemismo).Donde comen tres comen cuatro,cinco,seis o los que hagan falta.No hay excusas,por eso se inventan.Una señora mayor de la aldea la encerraron en un asilo;de la tristeza murió a los dos meses...La viudedad es sentencia de muerte en estos tiempos.Un saludo Ovidio, espléndido como siempre.

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  6. Acabo de leerlo de nuevo...No sé si algo se me había pedido en la primera lectura,pero en esta segunda he quedado "devastado".Hacía tiempo que no lloraba leyendo algo...¡Qué fuerte!

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