Cuando era pequeño, bajo las sábanas, rezaba todas las noches tres avemarías. Así me lo había enseñado mi abuela. Con eso, decía, nada malo podrá ocurrirte. Ah, las abuelas. Pero muy pronto empezaron a suceder cosas malas. Las burlas de los otros niños al comprobar que era un niño diferente y el silencio de aquellos curas y profesores que miraban sin disimulo hacia otro lado. Sin embargo, yo continuaba rezando todas las noches aquellas tres oraciones que me había enseñado mi abuela. Cosas de niños, cosas del miedo. Después de rezar, le pedía a la imagen de aquel Niño Jesús de porcelana que estaba sobre mi mesita de noche que cesara todo aquello, que se acabara de una vez por todas aquel sufrimiento. Por favor, por favor, por favor, susurruba: sé que tú puedes hacerlo. El miedo de los niños (tan intenso como la inocencia) es siempre el peor de los miedos porque ellos, los niños, desconocen los porqués de las cosas, los motivos y las circunstancias. Sólo la figura de los padres puede ahuyentar ese miedo terrible, esa angustia. Pero mis padres no sabían nada de todo aquello. Otro de mis temores era que ellos llegasen a enterarse. Me avergonzaba la idea de que ellos supiesen que el resto de los compañeros se burlaba de mi diferencia. Los complejos mundos de la mente infantil. Las cosas siguieron así hasta que, años más tarde, Bernardo, el más grandullón de la clase, al que todos tenían gran respeto por su imponente físico, fue a buscarme a mi pupitre y pedirme que me sentara a su lado. Así, de un modo radical, terminó todo. Qué bien lo pasamos desde entonces en aquel pupitre. Cuántas risas. Por aquel entonces, hacía ya mucho tiempo que había dejado de rezar. Pese a seguir estudiando hasta el final en aquel colegio religioso, ya no me interesaba lo más mínimo todo lo relacionado con los curas, aquellos curas que jamás me habían ayudado (más bien al contrario) durante aquel largo tiempo, ni con sus enseñanzas. Nunca volví a hacerlo, rezar. Ni siquiera en los momentos más duros de la depresión que sufrí durante dos años, ni en los peores tramos de la enfermedad de mi madre. Sabía que no serviría de nada. Comprendo (y respeto) que a otras personas, en momentos de angustia, puede servirles de consuelo. A mí, desde luego, no. Nada de lo relacionado con la iglesia católica me interesa (aunque respeto la postura contraria a quien la practica, siempre y cuando se guarden las formas y no se arremeta contra la idea de que hay más opiniones válidas que las suyas). Estuve quince años en aquel colegio religioso y conozco muy bien su juego. En el momento en que dejes de ir (incluso involuntariamente) por el camino que ellos trazan, estás acabado. He pensado en esto todos estos días de éxtasis colectivo (¿dónde está luego toda esa gente, si las iglesias están medio vacías y no hay curas suficientes para tantas parroquias?), viendo a ese hombre y a su séquito invadiendo las calles de Madrid. Y por primera vez en mi vida, ni me he indignado cuando, una vez más, arremetieron contra el matrimonio homosexual ni contra el modelo de mi familia. Sigue siendo todo tan absurdo como siempre y estando tan alejado del verdadero e íntimo concepto de las creencias en un Dios o en otro, que cada cual es muy libre. Supongo que el hecho de cumplir años sirve para algo más que para que la cara se te llene de arrugas y el alma de cansancio.
Así pues no todo fue tan nefasto. La aparición de tu amigo Bernardo debió de haber sido una ·bendición" en medio de tanto desconsuelo y temor. Me alegra saber que guardas en tu memoria a las personas que te ayudaron a entender que las "diferencias" nunca estuvieron en ti mismo, sino en los prejuicios y las necedades de los que se obstinaban en demostrarte lo contrario. En cuanto a la Iglesia Católica que se permite el lujo de criticar modelos de familia como el tuyo(y de tantas otras personas que se quieren y respetan)decir una cosa:¿Qué se puede esperan de alguien que practica la idolatría gerontológica como visión cosmogónica de su sentir religioso(es decir,que le rinden pleitesía a un ortodoxo furibumdo e intolerante?A la I.C. que les den morcillas.Un saludote Ovidio.
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