Hoy se cumplen quince meses de la muerte de mi madre. Y hoy, precisamente, mientras estaba esperando en la cola del supermercado para pagar unas cosas (kiwis a cinco euros el kilo, ¿qué es todo esto?) descubrí las estanterías con el turrón. La Navidad ya no existe para mí, pero qué bajonazo. Con las noticias todo el día hablando del sobrepeso y de los elevados índices de azúcar en la población, ¿es necesario ofrecer turrón en septiembre? Calentando motores, imagino. Tira, tira. A punto estuve de decirle al chico de la caja, lento hasta la desesperación, que se animaran el año que viene a poner el dichoso turrón en junio, entre las chanclas de playa y los bronceadores. No vamos hacia el esperpento, no, ya estamos cómodamente instalados en él desde hace un buen rato.
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