'Kinds of kindness' es cruel, salvaje, despiadada. Brutal. Yorgos Lanthimos no se anda con medias tintas (no creo que lo haya hecho nunca), no le interesa quedar bien con el espectador mayoritario (¿por qué tendría que hacerlo?) ni mostrar el lado amable del mundo. Le gusta, eso sí, rodar con elegancia y que una buena fotografía lo ilumine todo. Que la buena fotografía ilumine el mal del mundo (también a los intérpretes, camaleónicos y sobresalientes), que sí existe, a diferencia del título de la última (y decepcionante) película de Ryūsuke Hamaguchi. El mal está en todas partes, no hay que ir a las zonas de guerra, cada vez más numerosas. Está ahí, a la vuelta de la esquina, en la cabeza de un señor de buen aspecto que se toma un vino blanco en la barra de un local lujoso y encantador, en una señora que se resiste a abandonar a una panda de chiflados con la que convive en una especie de secta macabra o en un marido que duda de que su mujer, tras un duro trance, sea realmente su mujer. Sí, el mal puede estar ahí, según Yorgos y su guionista, Efthimis Filippou. Y está. Como seguramente también está presente en algunos lugares de los que posiblemente no nos atreveríamos a dudar. No hay que ir a las guerras ya mencionadas o a la zona de interés, que nos contaba Martin Amis. Zonas oscuras, sombrías, despiadadas. Las que le interesan a Lanthimos y a Filippouue. Las que el director muestra sin rubor. Esto es lo que hay detrás de un bonito paisaje otoñal, en el interior de un bar caro y elegante o tras las hermosas facciones de una entregadísima (de nuevo) Emma Stone. Lanthimos camina por el lado oscuro, oscurísimo. No hay que engañarse, parece decirnos. Las películas, incluso tan tremendas como esta, sólo reflejan una parte de lo que está al otro lado, la realidad que vemos cada día en las noticias, cómodamente instalados en la rutina y en esa impotencia ante todo eso que nos desborda (violencias de varios tipos, guerras, injusticias...) y a la que no sabemos muy bien cómo enfrentarnos. Lanthimos traspasa las barreras y coloca lo más despiadado ante nuestros ojos. No engaña a nadie.
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