Cuando se estrenó en esta ciudad 'La ley del deseo', en los desaparecidos cines Brooklyn, mucha gente abandonaba la sala a mitad de la proyección maldiciendo por lo bajo. Ese era el nivel entonces de parte de la sociedad ante una historia que mostraba la homosexualidad sin tapujos. Recuerdo esta anécdota a menudo, dados los revueltos tiempos que vivimos: sin caer en el pesimismo porque, a pesar de todo, el avance en las mentalidades es más que evidente. Aunque no convenga bajar la guardia en ningún momento.
Yo tenía entonces quince años. Y reconozco que viví aquello con cierto miedo. Ya sabía por experiencias propias y ajenas hasta qué punto puede llegar el odio, el fanatismo y la ignorancia. Ni que decir tiene que la película me fascinó. Como casi todas las que vendrían después de la mano del director manchego. Pero 'La ley del deseo' será siempre mi preferida por lo que supuso para aquel joven -con las ideas y los sentimientos muy claros- que estaba empezando a descubrir el mundo, y que otros mundos también eran posibles.
Por eso, entre otras cosas, me alegra su León de Oro. Y, aunque sea la primera vez que mi madre no pueda venir con nosotros a un estreno de Almodóvar y eso lo va a empañar todo de manera inevitable, estoy deseando que llegue el 18 de octubre para ver 'La habitación de al lado'.
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