viernes, 5 de noviembre de 2021

Pensar en los muertos

Pensar en los muertos. No hace falta una fecha en el calendario para ello. Llenar los cementerios de flores y cotilleos. Así lo recuerdo de mi infancia, cuando la tradición imponía visitar las tumbas determinado día del año. Prefiero el recogimiento, la intimidad, para pensar en la gente que has querido y que ya no está. Y las flores, en cualquier ocasión, para los vivos. A veces, cocinando, me acuerdo de mi abuela materna, Virginia. De cómo me enseñó a hacer esto y lo otro en la cocina. Las empanadas, los platos de cuchara, la paciencia para el arroz con leche... Y el olor de lo que estoy preparando me lleva a aquel tiempo en el que todavía podía escuchar su risa contagiosa y sus consejos. El otro día, en una estupenda entrevista que me hizo César Inclán para la radio (qué buena noticia, por cierto, que César vuelva a estar en su sitio), también me acordé de ella. La entrevista me hizo evocar el sonido de su voz interpretando algunas de aquellas canciones populares que tanto le gustaban. El otro día, en A Coruña, volví a acordarme de mi amiga Loli cuando pasamos por delante de un cine que, por desgracia, también estaba definitivamente cerrado. Las tardes de cine con aquella rubia tan especial, las charlas posteriores, las carcajadas, el respeto por los clásicos, el olimpo de nuestras diosas y dioses particulares. Y pude verla allí, en aquella callejuela, con su estilo y su aire a lo Deneuve, sacando una entrada, primeras filas, butaca de pasillo. Y comentando después la película en una de aquellas tabernas, dos Riojas, por favor. 

Y evocar así a mis muertos, pese al dolor de la ausencia (un dolor que el paso del tiempo calma pero que no consigue hacer desaparecer), me hace sentirme bien. Puede que sea un sentimiento extraño. No lo sé. Sé que ya no están y también sé que estarán mientras la memoria tenga capacidad de evocación.     

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