viernes, 17 de abril de 2020

Bizcocho

Tardes lejanas e invernales, en la casa de mis padres, haciendo rosquillas o bizcochos, muchos años atrás. Tardes en las que el miedo era algo abstracto. No existía, simplemente. Mis padres eran tan jóvenes como nosotros, sus hijos, éramos inocentes. Cocinar era una distracción, una aventura, un juego. Tratar de que todas las rosquillas tuviesen el mismo tamaño, ligar de la mejor manera posible la masa del bizcocho. Y luego terminar con el cometido, y esperar a que enfriara para merendarlo. 
Mi hermana se cansó pronto de aquel juego, no era lo suyo. Yo continúo con la aventura. Y ahora, esa aventura, se ha convertido en una de las escapatorias más destacadas de este encierro, quién nos los iba a decir. 
Ayer, mientras esperaba que el bizcocho terminase de dorarse en el horno y un olor a pastelería se extendía por toda la casa, recordé todo aquello. Incluso, por unos momentos, conseguí que el miedo fuese algo abstracto. Que no existiera. 
Como si el tiempo, brevemente, se hubiese detenido. 

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