lunes, 6 de abril de 2020

Aquellos días azules

Ayer, por primera vez desde que comenzó este confinamiento, se abrió una grieta. La noche del domingo cayó como un zarpazo. Me sentí como el preso que, agarrado a los barrotes de su celda, sólo piensa en huir. Echar a correr por las calles como Shirley MacLaine en el tramo final de 'El apartamento', aunque no estuviésemos en Nochevieja. Correr sin rumbo. Demasiados días de encierro sobre nuestras espaldas, demasiados días de encierro por delante. Se van desgastando las cosas a las que agarrarse. La paciencia nunca ha sido mi fuerte. A pesar de que los años, para mi sorpresa, han conseguido aliarse con ella en numerosas ocasiones. Cuestión de supervivencia, supongo. 
Entré en la cocina. Preparé una infusión y decidí hacerle un flan a mi madre. Entonces, pensé en ella. En aquellos veranos en el sur, en el olor de su pelo tras las horas de playa, en su piel después del sol, en los helados, en las primeras lecturas, en las películas vistas en aquel cine al aire libre. Una película que nunca se grabó. Una película por la que no ha pasado el tiempo. Como le ocurre a esa fotografía de Gonzalo Juanes en la que aparecen una madre y un hijo caminando por un parque. Como también sucede en la última novela de Elvira Lindo. 
La victoria de los días azules y aquel sol de la infancia. Podríamos definirlo así. 
Continuamos. 

  

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